domingo, 27 de mayo de 2012

Amor por Bogotá

"El Grito", Edvard Munch

Cuando uno ama lo hace de manera incondicional, y puede que no acepte defectos ni errores, ni perversiones ni fallas en el objeto amado. Al menos, se adapta a ellos, los incorpora a su vida y no es extraño que termine hallándoles un irresistible encanto. Eso, exactamente, es lo que me pasa con Bogotá. La amo, aún y con todas sus falencias. Lo que me preocupa es que se me está volviendo un amor enfermizo.

Por practicidad, gusto y resistencia, todos los días recorro, mínimo, seis kilómetros en mi fiel velocípedo, extraña máquina ésta que debe estar bordeando los treinta años de existencia y, contando con todo eso, logra helarme los nervios cuando descendemos por la avenida 39 alcanzando los cuarenta kilómetros por hora. Suicida. He dado en bautizarla The Interceptor; Mel Gibson moriría de risa; mis colegas de la posmodernidad y el ciberpunk me tildan de atrevido. Igual, pobre aparato. No existen quinientos metros lineales de asfalto en mínimas condiciones de rodamiento, ni siquiera en óptimas condiciones climatológicas ni de tráfico automotor. El asfalto está destrozado, la calle es un desastre.

Algún gobierno distrital, de eso de finales del XX, dio por convertir los caños de la ciudad en ricos espacios para el ejercicio físico y la convivencia ciudadana. Aparecieron, entonces, las famosas alamedas de los caños del Arzobispo, del Fucha, del Tunjuelo y otros tantos. Frecuentemente remonto la alameda del otrora río San Cristóbal y todas estas mañanas me sorprende un espectáculo diferente: un fluido fluorescente corriente abajo, las bandadas de gallinazos temperando a la cancerígena luz del amanecer y, en el peor de los casos, un inflamado cuerpo, una víctima de la inseguridad, de las venganzas o de los puentes a medio construir.

Me inclino a pensar que Chaparro Madiedo más que un gran escritor de narrativa urbana era, en realidad, un visionario, puesto que imaginaba una Bogotá con mar, playa y malecón, y así más o menos quedó después de dos inmisericordes temporadas invernales seguidas una tras otra. Se le ocurrió, además a este hombre lleno de humor, una ciudad arrasada, destruida, insomne y amnésica, luego de un desastre nuclear… Situación muy parecida a la atmósfera que crearon y pretenden mantener los primos Nule y Samuelito y secuaces.

Estoy casi seguro de que el programa de cuadrantes y de llenar durante las doce horas de sol las calles principales de los barrios populares con cientos de auxiliares y múltiples piquetes de intendentes y subintendentes lo único que va a incrementar son nuevos recovecos donde la delincuencia anide y extienda sus territorios de operación. Invito al lector a adentrarse en las calles interiores de populosos sectores como Kennedy, Bosa, Puente Aranda, Chapinero “el bajo”, a ver si las fuerzas y la política son tan efectivas.

A veces siento que mi capital se derrumba inexorable, irreversiblemente. Pero cada día me convenzo más de que el destino de este inmenso parche de cemento en el que habitamos está en nuestras manos, en nuestro sentido de pertenencia, de autoconservación; en nuestra noción de propiedad y en la incorruptibilidad de nuestras almas libres. Merecemos la Bogotá que soñamos, no la pesadilla que estamos viviendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario