domingo, 26 de agosto de 2012

Ñeros, gamines y gamberros

"Niños callejeros", Diego Silguero

"A mi ñero llevan pa’l monte"
“Señor Matanza”
Mano Negra

Bogotá, Distrito Capital, mediados de los años ochenta. En casi cualquier parte de la ciudad retumbaba el sonido alienante y repetitivo del merengue dominicano, del vallenato, del pop español que habíanse aliado como un ejército invasor que anulaba la posibilidad de disfrutar otros ritmos. Los rockeros y los amantes del Caribe salsoso y el jazz nos refugiábamos en las casetas de música que ocupaban las aceras de la Avenida 19, hermosa desde la calle Décima hasta la tercera donde moría el comercio formal e informal a la entrada del Instituto Colombo Americano. No conozco a casi nadie que no haya intentado aprender el “english” en ese resquicio de colonialismo. Por esos mismos días en la televisión nacional se encontraban enfrentadas dos comedias familiares que se transmitían simultáneamente en dos de los tres canales activos: Don Chinche –a quien recordamos ya en esta columna– y Lazos familiares, la plataforma de lanzamiento de un actor ícono de esos años, Michael J. Fox, quien en la actualidad lucha contra el mal de Parkinson de la mano de Muhammad Ali.

domingo, 19 de agosto de 2012

Perro viejo

Fotograma de la película animada "El viejo y el mar",
realizada en óleo sobre cristal por Aleksandr Petrov

El año pasa raudo y veloz por nuestras vidas; una vez se les da la bienvenida con bombos y platillos, los recién estrenados 365 días del nuevo ciclo solar se van tan rápido como el sueldo básico de la inmensa mayoría de los colombianos. Febrero parece eterno para los ciudadanos de este país que figura como uno de los que cuenta con mayor número de festivos, gracias a la siempre bien recordada ley Emiliani –promulgada en 1983 por un eminente padre de la patria con este apellido–, que traslada algunos festivos al lunes siguiente. Pero apenas llega el día de San José y se avecina la Semana Santa, las semanas cogen  vuelo y los acontecimientos empiezan a desfilar por los noticieros con la vertiginosidad de una carrera ciclística de persecución individual o por equipos en pista. En un abrir y cerrar de ojos el cliente en cuestión está planeando el paseo de mitad de año y cuando llega el otro mes sin festivos la vaina va tan embalada que el colombiano promedio se ve, de un momento a otro, apostándole a la candidata de su terruño en el Reinado Nacional de la Belleza en Cartagena, tal vez el más afrentoso derroche de lujo y dinero en una ciudad cuya población regular sufre todas las necesidades imaginables.

domingo, 5 de agosto de 2012

Tierra firme


"Nevado del Tolima", Giovanni Ferroni

Escribir es uno de los oficios más solitarios y de mayor dificultad. No es una decisión fácil, no se tiene mayor apoyo por parte de familiares y amigos, no es un trabajo que redunde en grandes ganancias –excepto que se meta uno a trabajar en la alienación y produzca telenovelas–, y en sí es una ocupación ingrata. El primer obstáculo al que se enfrenta un escribiente es el inconmensurable espacio vacío de la pantalla o la hoja en blanco, el abismo insondable de la ausencia de un tema, de una trama; el trabajo de parto intelectual que es articular un personaje, darle un aspecto, una identidad, una personalidad verosímil, consume energía, demanda paciencia, se gastan miles de horas nalga, para utilizar una expresión de un historiador español divertidísimo que conocí en un nefasto seminario de esos abiertos a todo público y donde sólo entran especialistas a acicalarse el ego unos a otros. Y es esta cuestión del ego, en estricto, uno de los mayores enemigos de la escritura. Todas las personas consideran que pueden o deben escribir, que son buenos escritores. Pero, señores y señoras, escribir demanda tanto estudio, disciplina y constancia como la que requiere un tenor para llegar a la Scala de Milán. Las letras son un talento que sólo se desarrolla con el pertinaz ejercicio de la lectura y de la memoria. Por ahí dicen que la imaginación es la loca de la casa, pero para el escritor es su niña consentida, y hay que ver lo que se logra cuando la loca y la memoria se van de juerga y se clavan sin temor en un texto. Los recuerdos son un detonador poderoso que muchas veces se activa con la casualidad de una canción que suena en el radio de un taxi que cruza la ciudad a la madrugada.