lunes, 30 de julio de 2012

Los pantalones en la casa

"Las cigarreras", Gonzalo Bilbao

A lo largo de los 365 días del año el consumidor promedio vive una suerte de acoso, de hostigamiento permanente por parte del sistema capitalista que se ha ingeniado una serie de fechas especiales para obligarlo a gastar, a adquirir cosas que, probablemente, jamás ha necesitado, y si es por televentas, probablemente, jamás use. En el principio estaba la Navidad, la más importante de las festividades litúrgicas; antaño el padre cabeza de familia se deslomaba todo el año, sacrificaba las vacaciones de mitad de año, sus prestaciones y su prima de fin de año para darle un detallito chusco a cada uno de sus seres queridos, que incluían a los suegros, la tía política, los primos taraditos y el mejor amigo del primogénito. Con el tiempo y el crecimiento de la población, la modernización y el auge del sistema oferta demanda, las fechas se ampliaron, se abrió todo un espectro de posibilidades para agasajar, conmemorar y regalar al prójimo casi en cualquier día del calendario. Vino, por ejemplo, el día de la madre. Enmarcado en mayo, mes de la Virgen María, otro de los tantos sincretismos que operan en la religión católica, esta época del año era dedicada en la Antigua Grecia a Artemisa, la hermana gemela de Apolo y deidad de los animales salvajes, el territorio virgen y la virginidad misma. Sincretismo o catolización de costumbres paganas, mayo terminó siendo el mes de María y, por extensión, de todas las madres. Les corresponde el turno a hijos de todas las clases y pelambres de sacarse un ojo pensando y reuniendo el dinero para el regalo de la progenitora que, en la mayoría de los casos, resulta siendo un costosísimo presente para que la homenajeada siga en sus funciones de doméstica con equipos de última tecnología.

domingo, 22 de julio de 2012

Jorge, mujeres y marineros

"Combate entre don Carnaval y doña Cuaresma",
Pieter Brueghel el viejo

“Cristo no era más que un judío romántico revolucionario”
El país del carnaval
Jorge Amado


Hace algunas semanas cité a uno de los mejores escritores en idioma portugués que ha nacido de este lado del Atlántico. Y aunque tengo profundas dificultades con la lengua del Brasil, no he tenido la menor dificultad con la literatura de Jorge Amado. Pero mi relación con la obra de Jorge Amado no nace en la biblioteca y sus obras impresas sino en la pantalla del televisor, allá en 1985, cuando por la magia del Betamax los menores de dieciocho pudimos ver mucho más de lo que algunos padres permitían y mucho menos de lo que nos merecíamos, en una época en que la literatura latinoamericana se tradujo en buenas películas como La mansión de Araucaima, El beso de la mujer araña y tantas otras. Las dos primeras veces que pude ver Doña Flor y sus dos maridos me sentí igual de incómodo. En una ocasión vi la película con los papás hippies de un compañero del colegio, nos divertimos a mares con algunas escenas y expresiones cachondamente subtituladas por españoles, quienes parecen estar en esa misma condición todo el tiempo. La segunda vez fue cuando la televisión nacional comenzó a importar las películas más taquilleras de la época; entonces, los televisores de los hogares colombianos empezaron a llenarse de luminarias como Stallone, Schwarzenegger, Michael J. Fox y, claro, la despampanante Sonia Braga, la diva brasilera cuya plataforma a la fama fue una telenovela hito de la televisión latina: Baila conmigo. Justo la noche en que estrenaban la cinta mi madre se negó a dormir, a pesar de trabajar como hormiga toda la semana. Vi la dichosa cinta rojo de vergüenza, ella no hizo ningún comentario, hasta que a Vadinho, en la noche de bodas, le solicita con premura acariciar el conejito a Flor. “Qué tipo más atrevido”, fue lo que soltó a manera de taco.

domingo, 15 de julio de 2012

Una hamburguesa, una Chopper y un milagro

"Ezekiel 25:17", Michael Kozlov

El verano en Bogotá ha terminado. Las noches están acompañadas de tormentas paramunas, con su eterna lluvia, agujas de hielo que penetran la piel, un frío polar que barre las calles y me hace pensar en la gente que duerme en ellas, en las prostitutas apostadas en el barrio Santa Fe con sus diminutas faldas y los gigantescos escotes por donde se cuelan el viento y las miradas. Pero es este clima al que mejor me adapto; los atardeceres grises, encapotados, me impulsan a recorrer las calles de sectores como Palermo, La Soledad, La Candelaria y me hacen irme lejos del presente, de la situación económica, de la corruptela generalizada que afecta hasta el campeonato rentado de fútbol profesional. Me largo para otras tierras, para otras épocas; el reflejo de las lámparas de tungsteno sobre el asfalto, húmedo y derruido, tiene el mismo efecto hipnótico que el strober en una discoteca. Me conecto al dispositivo y le pongo banda sonora al escape.

domingo, 8 de julio de 2012

Poeta como ningún otro, loco como todos

Bodegón típico de la región Sinú,
Lucho Jiménez

Corrían los mediados de los años noventa, yo apenas iniciaba mis estudios de literatura en la Universidad Javeriana en el sector de Barranco Colorado, ahora conocido como el barrio Cataluña, cuando me enteré por el noticiero del mediodía de su muerte. Se había ido bajo las ruedas de un bus de transporte urbano, quién sabe si voluntariamente o delirante en su viaje por este mundo que él vivía a través de sus versos, de los atardeceres sinuanos y de los sonidos de la música sabanera. No conocía aún la obra de este cartagenero de nacimiento y cereteano de crianza, enamoradizo con el entorno, pero sabía de su existencia pues los medios habían reparado en su indigencia y en la publicación de su primera antología como una noticia de gran audiencia… Así el grueso de la población no tuviese la más remota idea de quién era Raúl Gómez Jattin. Su muerte me dolió en un lugar que no supe, y no sé, ubicar. Me dolió hondo, lento, como esa inyección que le ponen en la espina a los operados, me sentí un poco huérfano de un familiar que no conocía hasta ese momento.

domingo, 1 de julio de 2012

De la burra al caballito de acero

"Un paseo en bicicleta", Aída Emart

Bogotá es un micro universo explayado en 775 kilómetros cuadrados, bordea los diez millones de habitantes y posee los más insospechados tesoros al interior de sus barrios. Comidas, salones para eventos (la muerte de las fiestas familiares), mercados populares donde las hortalizas, las frutas y las carnes están tan frescas que el mercante sale mareado con la barahúnda de olores. Carreras y calles donde pululan los comercios de cachivaches, porcelanas, platos, pocillos y ropa de toda marca, índole y precio. Pero hablo en estas líneas de las cosas que se descubren casi por casualidad en el vivir en una ciudad de estas dimensiones.