domingo, 6 de mayo de 2012

Zoopicaresca

"New Years Eve in Dogville", Cassius Marcellus Coolidge

Desde tiempos inmemoriales el hombre, la mujer, los niños y niñas han tenido una fascinación irresistible por los animales; desde los taurófilos, cirqueros y traficantes que ven en los bichos un lucrativo negocio, hasta la nena consentida que estrangularía a su madre por un tierno gatito. Y la inclinación por los animales nos impulsa a humanizar sus comportamientos. Pero el problema es que los seres racionales, en nuestra soberbia exacerbada, tenemos la firme convicción de que la ausencia de pulgar oponible le impide a los animales desarrollar malicia, suspicacia, picardía. Soy consciente de que biólogos, zoólogos y etólogos se me van a venir encima argumentando la osadía de meterme en un tema tan complejo como el comportamiento animal. Pero como soy terco como una mula y hablo como una lora, me limitaré a decirles que lo que quiero plasmar aquí es una suerte de bestiario-anecdotario.

Hace unos años en el inmenso campus de la Universidad Nacional de Colombia existieron dos animalitos de ingrata recordación entre los estudiantes de esa época. Según una fuente de altísima fidelidad se trataba de un burro comelón y un caballo mordelón. El primero de estos se dedicaba a recorrer, pacientemente, cada una de las cafeterías al aire libre de la universidad y sus potreros aledaños, oteando parejas de enamorados, gente colgada en trabajos o en el peor de los casos a algún atarantado que se embelesaba con las compañeras y ¡zuás! había que olvidarse del sándwich, la hamburguesa o el paquete de frituras que la víctima distraída estuviese merendando. El borrico complementaba su pobre ración asignada en zootecnia con las onces del estudiantado. El otro equino parece que detestaba con odio radical a los poetas, filósofos, economistas, sociólogos o ingenieros que evidenciaran sus profundas inquietudes académicas murmurando consigo mismos o mirando concentrados al piso. Se acercaba, entonces, con el sigilo de un agente del departamento secreto de los Estados Unidos, y de la misma manera traicionera, hartera, asestaba unos soberanos mordiscos en el hombro del cavilante como diciéndole: ¡reaccione compañero!

Por esa misma época uno de mis arrendatarios, de cuyos comportamientos y costumbres quisiera olvidarme, se deslizaba de manera ladina junto a su novia, en pleno horario laboral, cualquier día de la semana, y se dedicaba a las sabrosas prácticas amorosas el resto del día. Clandestino como era mi inquilino, jamás habría de ser descubierto de no ser por Dudamel, el loro de mi mamá que se las pillaba todas y arrancaba a reír de manera casi lujuriosa durante la estancia de los amantes. Se voló dos meses después, el arrendatario, sin pagarme el alquiler y dejando a la niña con un recuerdo indeleble en su corazón y en su fértil vientre. Dudamel murió de viejo, virgen, y a mí también me arruinó un par de programas. Las mascotas muchas veces se convierten en el origen de misterios e inventos de la gente.

Otro delator que hubiese hecho las delicias de cualquier dictadura era Punkie, maldito traidor que vino a parar en el hogar de mi fisioterapeuta. Para comenzar hay que decir que este anarco degenerado pertenecía a la raza de los schnauzer, el escándalo le venía más de cuna que de género musical. Descubrió este bicho alternativo que cuando se apagaba la actividad del edificio existía una manera de reactivar los diálogos, los ruidos y el caos generalizado que lo apasionaba: delatar a los infieles y beodos que arribaban al sitio después de la una de la madrugada. Parece ser que Punkie fue el causante de más de un divorcio, de que mi fisioterapeuta fuera a un sicoanalista y  de que la inmobiliaria que arrendaba en este edificio quebrara; ¡buena, mi Punkie!

Un día me encontré con la ausencia de un billete de esos que casi nadie ve excepto en los días de paga y que al día siguiente empieza a fraccionarse como un tiesto roto e irrecuperable. Mi entorno es absolutamente socialista y vertical. Sin embargo, pensé en una ligereza de mi compañera y que se había dado algún lujito con el papel moneda en cuestión sin avisarme. Al tercer día de la desaparición mi señora entró al estudio fúrica, desencajada por la indignación; ¿cómo era posible que yo hubiera aprovechado su cartera abierta y le hubiese sacado dos billetes, de menor denominación y no por eso menos pérdida? Yo estaba perplejo, a la empleada también se le había envolatado el billetico del bus. Después de una exhaustiva investigación y más de una desvelada pensando en espíritus chocarreros, malas influencias y miradas sospechosas entre nosotros, descubrimos que a Ónix, el gato cachorro, le encantaba husmear en cuanto cajón, cartera, mesita encontrara abierta y se llevaba los billetes para ponerlos debajo del cojín del patio. Cuando los encontramos le dimos un subsidio a la empleada y nos fuimos a comer a Andrés C.

Extendiéndome un poco en este recorrido por los extraños comportamientos de los seres irracionales debo remitirme, como reconocimiento a la vida salvaje, a un animalito especialmente mañoso y bandolero: el macaco, quien casualmente resulta ser uno de nuestros primos más cercanos y por tanto una bestezuela bastante interesante. En el parque Jigokudani, en el Japón, los macacos aprendieron a sumergirse en las aguas termales durante los crudos inviernos como cualquier primo Nule en desgracia. En otra parte del mundo los macacos rhesus, famosos por haber colaborado en el descubrimiento de este factor que permite las transfusiones (los humanos somos unos sangrones aprovechados), llevados a la isla de Cayo Santiago, en Puerto Rico, se dieron cuenta de que sumergiendo las papas con las que eran alimentados en el agua del mar, lavaban la arena y sazonaban el insípido tubérculo que los nutría. Pero la cereza de este pastel es que los macacos en sí mismos, en cualquier parte del mundo, a cualquier hora, van a robar al hombre, a la primera oportunidad. Los videos pululan, además que me parece lo más justo con el primate, el macaco.

Ya para no atosigarlos con imágenes de bestias acosándolos como cualquier programa de NatGeo, debo referirme a ese insigne, astuto y terrífico animal: el cuervo. En Inglaterra es común ver a estos pajarracos prendidos de los tendidos eléctricos, cerca de los semáforos, donde aprovechan el cambio de luz para triturar nueces y otros frutos con el peso de los automóviles que transitan por el cruce; famosísimos ladrones, un ave fascinada con el brillo de las joyas y orgullosa figura literaria. Puede que haya caído en el feo vicio de la vanidad, pero me simpatiza el pajaruco.

No puedo imaginar cómo es la percepción de un animal de la realidad; tampoco puedo creer en la absoluta irracionalidad, ni sobredimensionar la inteligencia animal; pero, como siempre, he quedado inquieto, sorprendido con este hermoso, singular y contaminado planeta que reunió las condiciones para generar este fenómeno llamado Vida.

3 comentarios:

  1. Oiga no me gusta eso de la gente escribiendo sobre cosas que ve en el discovery channel... esa vaina ya no es exotica :(

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    1. Gracias por leerme, sin embargo me permito señalar que ni Dudamel, ni Punkie, ni Ónix, así como el burro comelón y el caballo mordelón (que acabo de enterarme se llamaba Matías), jamás han aparecido en canales de cable..... mmhhh... de ser así nunca nos pagaron los derechos por usar la imagen de nuestras mascotas.....

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  2. Cuando nombró al burro comelón de la nacho me vi comiendo empanadas al lado del Humbolt :D

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