domingo, 16 de diciembre de 2012

Una cuestión de dignidad

Escudo de Colombia por Bacteria 3D

Noviembre se fue disolviendo en medio de la basura que dejó la celebración del Halloween, en medio del patetismo y la ostentación controlada del once del mes en cuestión en Cartagena, con sus reinas como semovientes exhibiendo sus carnes, en medio de la anticipación desmedida e invasiva de una Navidad en la que el significado religiosos se va a la caneca de la basura al mismo tiempo que las coletillas de los retiros en efectivo y las compras a crédito, al mismo tiempo que los caprichos climáticos del altiplano anegaban y agrietaban el asfalto alternando soles caniculares con tardes de cielos descuajados en devastadores aguaceros que dejan al desprevenido transeúnte emparamado y atontado. Y para el último día de noviembre la vicerrectoría académica de la Universidad Nacional de Colombia convocó al público en general para un recital del músico boyacense Jorge Velosa Ruiz, sus Carrangueros y la Orquesta Filarmónica de Bogotá; fiel a sus caprichos, el clima se presentó benévolo en las primeras horas de la mañana, pero se tornó torvo y temerario hacia el mediodía y finalmente hacia la una de la tarde disolvió el concierto con truenos, rayos y centellas. Del mismo modo en 2003 la Universidad Jorge Tadeo Lozano inauguró la nueva sede de su biblioteca con un concierto del cereteano Francisco Zumaqué. Y del mismo modo todo terminó en la estampida de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, del estudiantado y de los curiosos y entusiastas que habíamos ido a escuchar en vivo y en directo el “Sí, sí, Colombia/ Sí, sí, Caribe” que había acompañado tantos goles de la otrora brillante selección Colombia de fútbol. Pero es que en Bogotá todo lo que se presente al aire libre corre serios riesgos de lluvia y todo lo que eso conlleva; es como parte de la identidad de la ciudad, como parte de lo que implica ser bogotano o colombiano.

Tremendo terreno en el que he desembocado luego de navegar por el océano de los recuerdos, de evocar los conciertos, las marchas, las movilizaciones en las que he participado por los más diversos motivos, desde el Festival Iberoamericano de Teatro, desde el cumpleaños de la ciudad hasta los desfiles del orgullo gay y la Caminata de la Solidaridad por Colombia, todo eso que empuja a la masa a volcarse por las calles y manifestar abiertamente su goce o su indignación por algo. Y es que la identidad nacional es de esos aspectos que el habitante promedio proclama voz en cuello, ronco de pasión y enrojecido de orgullo patrio, sin acabar de comprender muy bien de qué se trata la vociferada identidad. De antemano me adelanto a aclarar que lo que entiendo como identidad nacional es algo distinto y casi desconocido en nuestra nación.  Comencemos con uno de los símbolos patrios, el sombrero vueltiao, elevado a esta categoría por virtud de un decreto del congreso fallado en 2004, momentos en que la región oriunda del artesanal cubrecabezas, se ahogaba en una avalancha de  sangre propiciada por la barbarie de los grupos paramilitares, quienes actuaban con total beneplácito de las autoridades competentes. Ahora bien, el hecho de esta declaración elimina los demás sombreros que utilizan los campesinos del resto del país –bastante territorio por demás– como símbolo de los colombianos. Qué coincidencia que la finca del dictador que nos gobernaba entonces se ubicara en el departamento donde se fabrican los dichosos sombreritos y que son de la predilección de nuestro más pequeño aún Bonaparte. De la misma manera se obvian la mayoría de nuestros ritmos nacionales; ¿de cuándo acá el vallenato, el más monótono, repetitivo y degenerado (por obra y gracia de la voracidad comercial) de nuestros aires es el representante idóneo de nuestro folclor? El Valle de Upar es una hermosa y fértil pero limitada región de nuestro territorio nacional, donde además existen muchas más manifestaciones culturales y artesanales que el sombrero de arriero elevado a categoría de corona y que un raspa-raspa acompañado de unos gemidos de acordeón que, por lo general, suenan a lo mismo. Volvemos al señor Velosa Ruiz y su descubrimiento-invento denominado música de carranga. Don Velosa fue en sus años mozos un avezado estudiante de medicina veterinaria y un gomoso del folclor, dedicado a difundir los ritmos campesinos del altiplano cundiboyacense que se extiende desde los rebordes del sur de Cundinamarca hasta las montañas próximas al vertiginoso cañón del Chicamocha. Tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe, reza el popular adagio, y de esta manera don Jorge Luis se hizo a unos amigos músicos y empezó a interpretar la música que acompañaba los jornales de nuestros papicultores, de los ganaderos recios de lecheros hatos en Ubaté, de los cebolleros de Chocontá, de los ceramistas raquireños, de los desconocidos carrangueros, propietarios de ruinosos camiones que cumplen la innoble labor de acarrear los desechos de los mataderos rurales. De esta manera nació la carranga, hija de la música de carrilera, los ritmos andinos y el ingenio del hombre del agreste y prístino altiplano. Hace unos tres años presencié a don Jorge Velosa y sus Carrangueros en la fundación Gilberto Alzate Avendaños (hermosa casa colonial del barrio La Candelaria, recostada contra los cerros tutelares) mientras explicaba con paciencia de docente del distrito cómo había nacido el ritmo y cómo había fusionado la gran mayoría de los aires de nuestros campos a la carranga, es decir, la rajaleña del Tolima Grande, el joropo de nuestros Llanos Orientales, las chirimías de las costas, y se vienen a encontrar las carrangas del altiplano cundiboyacense con las del Nudo de los Pastos, cuyos más grandes representantes son Los Alegres de Jenoy, grupo casi centenario guaraposo y festivo que es la delicia de  nuestros compatriotas del extremo sur, una suerte de Buena Vista Social Club de nuestro folclor. Y entonces, me suena la campanita, se me ilumina el bombillo y pienso, creo, me convenzo de que la Música de  Carranga, así, escrita en altas y bajas, sí es la verdadera música nacional, contando con que se sigue dejando por fuera la música ancestral de lo que antiguamente se denominaban los territorios nacionales, valga decir, la Amazonía y la Orinoquía.

Los medios masivos de comunicación se han encargado de distorsionar por completo el concepto de identidad nacional. De esta manera cualquier asomo de socialismo es antipatriótico, como el acérrimo odio al hermano presidente de la República Bolivariana de Venezuela Hugo Chávez Frías. La selección Colombia es una figura de idolatría que está por encima del bien y el mal y que puede jugar con las esperanzas y los sueños de la fanaticada sin que la Dimayor, la Fifa ni la misma hinchada tome cartas en el asunto. Tenían que traer a un tipo íntegro como Pekerman para que pusiera a funcionar a ese corral de bestias que juegan con Radamel Falcao García. Defectos abominables como la impuntualidad, la pereza y la habilidad para ingeniarse la manera de delinquir son definidos como el más propio arraigo de la raza, algunos llegan al colmo de llamar a esta sumatoria de exabruptos como malicia indígena y colarlos como parte de nuestra identidad. Tan enceguecido está nuestro pueblo con el asunto que el señor Diomedes Díaz, la voz preclara del vallenato, mató y procuró desaparecer a una fan de lo más zanahoria y fue liberado después de pagar una pena irrisoria en medio de la ovación general de sus seguidores.

Pero el colmo de los colmos de la identidad nacional y el orgullo patrio es el oso antediluviano que hizo Colombia en la corte de La Haya ante las reclamaciones de Nicaragua sobre el archipiélago de San Andrés y Providencia. Óiganme bien, peritos, eruditos, estrategas y demás especialistas que han salido después de la publicitada decisión: geográficamente San Andrés es de cualquier país centroamericano y no está ni cerquita del golfo de Morrosquillo, el hito geográfico continental colombiano más próximo a las islas, si se me  permite la figura. Un amigo mío, muy enterado y al día de los asuntos preguntaba indignado en el Facebook si era que nos sobraba para andar regalando. Otro que tiene que estar atento con las orejas bien paradas: sí, sí nos sobra un montón, un resto, diría el adolescente, de recursos, riquezas y territorios; Colombia es más grande que algunos países europeos, tiene la tercera mayor biodiversidad del orbe completo y hasta hace unos años era la segunda potencia hídrica de América Latina… Pero los nacionales vemos muy poco de esta repleta cornucopia porque los sucesivos gobiernos, las familias poderosas, las famosas fuerzas oscuras han subastado el patrimonio de los colombianos a sus espaldas, para citar a un mandatario regordete y miope que lo único que vio fue el jugoso negocio de la presidencia. A no ser por el infinito placer que es vacacionar en el archipiélago a nadie en Colombia le interesa, importa, ni repara ni revira en ningún momento por San Andrés ni por Santa Catalina, y para qué queremos todo ese montón de mar que, al final, se lo van a dejar explotar a camaroneras gringas, pesqueros coreanos y japoneses y exploradores petroleros finlandeses, ingleses, franceses y hasta alemanes. Nicaragua es un país chiquito, con un monte impenetrable y herederos de una revolución que se ganó a sangre y fuego. Entre las victorias que cuentan está el hecho de recuperar su proceso revolucionario después que la derecha se volviera a trepar al poder, esta vez por la vía democrática y, finalmente este pedazo de mar al que tienen derecho propio porque su situación  es como no poder salir al jardín de la casa porque le pertenece al vecino de la otra cuadra, casi que del otro barrio. Entonces caigo en cuenta de otras dos de las características del ser colombiano que él mismo confunde con identidad nacional: la insolidaridad y el egoísmo pertinaz que nos han hecho un pueblo que camina muerto en vida. Felices fiestas.

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