"Condorito", Pepo |
El proceso de aprendizaje de la lectura es,
probablemente, una de las situaciones más complejas a las que se enfrenta el
ser humano, sin la cual está indefenso ante los embates de los medios y corre
los letales peligros de la ignorancia. Todas las personas tienen ideas,
imágenes, ambientes colaterales a tal proceso de aprendizaje, la profesora
Hortensia o con algún nombre llevado al más absoluto diminutivo como la
señorita Rosita; los cuentos de Pombo o de Pisotón, simpático personaje de la
promoción de lectura, un hipopótamo de pedagógicas peripecias.
En mi caso es un poco de todo. Crecí en el barrio
Galán, un populoso sector fundado por obreros y próspero foco comercial. La Carrera
56 es la arteria principal; allí, entre las calles Tercera y Segunda B tenía su
local doña Carlina, fascinante sexagenaria que tenía unas 2000 revistas de
comics de todo tipo, secciones de niños, adolescentes y adultos. Para los
adultos la colección era de librillos con aventuras de vaqueros y atrevidas
fotonovelas mexicanas donde aparecían, como siempre, despampanantes rubias que
poco o nada tienen que ver con la raza manita. Los adolescentes temblaban
leyendo el espectral Batman de los setentas, y recorriendo el mundo, sus
leyendas y peligros de la mano de Kalimán y su fiel ayudante, el púber Solín.
Tan profundo calaron estos personajes en la memoria de América Latina que La
Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio compusieron un tema sobre un
artista de la calle que se hacía llamar Solín. Kalimán me daría por sí solo
tema para otro artículo.
Siendo yo como era y sigo siendo, mis gustos de
infante se inclinaban por las aventuras de Rico McPato, los chascos de Donald,
La Pequeña Lulú –que confundía en mi analfabetismo con la Divina Mafalda– y
así… por los dibujitos; hasta que aprendí a leer en el Liceo San Francisco de Asís,
vaya usted a saber por qué aprendí a leer en un sitio cuyo santo patrón es el
mismo de los animales, y mi primera lectura de contenido fue nuestro muy
folklórico, andino y retrato de nuestra idiosincrasia: Condorito.
El más suramericano de los personajes de caricatura
nació a finales de los años cincuenta en manos del genial Pepo, chileno hasta
la médula y orgullosamente latino. René Ríos Boettiger fue un dibujante con
muchísimo sentido común, indignado ante la pálida representación de Chile en
dos películas de Disney, Saludos Amigos
y Los Tres Caballeros, en donde personajes
del calibre de Donald, Goofy y Mickey se entremezclan con personajes de local
colorido, en el caso de Brasil con la cotorra de más tumbao del cine de la
época, José Carioca. Chile estaba representado por un avión que difícilmente remontaba
los Andes. Indignante.
Condorito hace honor al Cóndor de los Andes, imponente
ave carroñera, rey de los gallinazos, el zopilote mayor y símbolo de varios
países andinos, no como Pedrito, el avión, homenaje de Disney ¿y Cia? al
presidente chileno de estos años. Como
todas las caricaturas, este emplumado apareció por primera vez con un aspecto
diferente al que yo conocí. Era más bajo, su pico era como el capó encerado de
un Buick del año en cuestión, 1949. Y robusto, con esa complexión que le dice
al transeúnte que con este fulano es mejor no meterse. Seis años después de ver
la luz en la revista Okey, se edita
la primera compilación de chistes de Condorito.
Se le había implementado un contexto lo más real posible. Habitaba el cóndor en
Pelotillehue, ciudad fanática del fútbol cuyo eterno rival es la vecina Buenas
Peras. Claro, este individuo no era ningún huraño, el dibujante le otorgó una
larga lista de amigos conocidos, un par de parientes, una novia, una familia de
la misma, un antagonista –el simpático Pepe Cortisona–, un perro, un loro y la
más pura raizalidad latinoamericana.
El rosario de personajes creados por Pepo para
acompañar al saco de plumas es de grata recordación en muchas de las personas
que me rodean. Ya expresé mi favoritismo por Pepe Cortisona, el tipo más
desagradable del mundo; ventajoso, un hombre de esos que se suicidaría
lanzándose desde su ego, eterno enamorado de Yayita, a quien pretende
conquistar con lujos y regalos. Condorito es un roto, un arrancado, un pelado;
pero lo que le falta en recursos monetarios la sobra en ingenio. Condorito a
pesar de ser ave, cae de pie siempre, como gato. Los colegas no me perdonarían
si hago caso omiso a otro pisco que llegó para quedarse en la mente de cada uno
de ellos: Garganta de lata, nada más hacer mención de este personaje borroso, a
media lengua, colgado de postes y puertas me recuerdan los mejores días de la
universidad. Garganta timbra a las tres de la madrugada no para que le arrojen
las llaves, él tiene su propio juego, pero que le avienten la maldita
cerradura, ¡por Dios! Otro que me recuerda a un amigo, que ahora es músico en
París, es Comegato; no por él sino por mí, solía llamarme de esa manera por la
pinta de felino, mi perpetua gorra vasca en la cabeza y los mismos gatos de
callejón que invaden mi casa.
Pero lo que más me sorprende de Condorito es su frescura, su manera de solventar los problemas, su
desfachatez, su posición a favor de los desposeídos. En una compilación editada
a comienzos del siglo XXI, en Buenos Aires, para conmemorar los 40 años de
edición, se dice del cóndor de los pantalones remendados que es profundamente
humano, humano hasta la última de sus plumas. Y aún así, Condorito conlleva consigo una labor que casi nadie se echa al
hombro y menos en un país como este: la promoción de lectura. Varios de mis
compañeros, mi señora y hasta el Dr. Teófilo Hani Abugataz, eminencia en el
campo del sicoanálisis, aprendieron a leer con los chistes del pajarraco y lo
mantienen como una sana lectura de ocio.
Las nuevas generaciones ya no conocen a Condorito, no
saben quién es Yayita ni el cumpa, y si uno llegase a hablarles de Huevo Duro
probablemente le dirían que no fuera grosero. Pero tampoco leen, creen leer
mientras utilizan el chat, revisan el e-mail, chismosean el facebook y juegan
alguna vaina en línea. Condorito no
sólo contribuyó como primera lectura, para finales de los años ochenta y
comienzo de los noventa regaló clásicos de la literatura universal. Tremendo
guiño de Editora Cinco quienes eran dueños de la franquicia para Colombia.
Ante tan oscuro panorama de esta humanidad uno no
puede menos que soltar un ¡reflauta! a modo de taco y caer desmayado con un
sonoro ¡plop!, triste, esperanzado con que algún día Condorito vuelva a ser de esas primeras lecturas de contenido de
los niños.
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