domingo, 20 de mayo de 2012

¡Reflauta, arde mi chalet!

"Condorito", Pepo

El proceso de aprendizaje de la lectura es, probablemente, una de las situaciones más complejas a las que se enfrenta el ser humano, sin la cual está indefenso ante los embates de los medios y corre los letales peligros de la ignorancia. Todas las personas tienen ideas, imágenes, ambientes colaterales a tal proceso de aprendizaje, la profesora Hortensia o con algún nombre llevado al más absoluto diminutivo como la señorita Rosita; los cuentos de Pombo o de Pisotón, simpático personaje de la promoción de lectura, un hipopótamo de pedagógicas peripecias.

En mi caso es un poco de todo. Crecí en el barrio Galán, un populoso sector fundado por obreros y próspero foco comercial. La Carrera 56 es la arteria principal; allí, entre las calles Tercera y Segunda B tenía su local doña Carlina, fascinante sexagenaria que tenía unas 2000 revistas de comics de todo tipo, secciones de niños, adolescentes y adultos. Para los adultos la colección era de librillos con aventuras de vaqueros y atrevidas fotonovelas mexicanas donde aparecían, como siempre, despampanantes rubias que poco o nada tienen que ver con la raza manita. Los adolescentes temblaban leyendo el espectral Batman de los setentas, y recorriendo el mundo, sus leyendas y peligros de la mano de Kalimán y su fiel ayudante, el púber Solín. Tan profundo calaron estos personajes en la memoria de América Latina que La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio compusieron un tema sobre un artista de la calle que se hacía llamar Solín. Kalimán me daría por sí solo tema para otro artículo.

Siendo yo como era y sigo siendo, mis gustos de infante se inclinaban por las aventuras de Rico McPato, los chascos de Donald, La Pequeña Lulú –que confundía en mi analfabetismo con la Divina Mafalda– y así… por los dibujitos; hasta que aprendí a leer en el Liceo San Francisco de Asís, vaya usted a saber por qué aprendí a leer en un sitio cuyo santo patrón es el mismo de los animales, y mi primera lectura de contenido fue nuestro muy folklórico, andino y retrato de nuestra idiosincrasia: Condorito.

El más suramericano de los personajes de caricatura nació a finales de los años cincuenta en manos del genial Pepo, chileno hasta la médula y orgullosamente latino. René Ríos Boettiger fue un dibujante con muchísimo sentido común, indignado ante la pálida representación de Chile en dos películas de Disney, Saludos Amigos y Los Tres Caballeros, en donde personajes del calibre de Donald, Goofy y Mickey se entremezclan con personajes de local colorido, en el caso de Brasil con la cotorra de más tumbao del cine de la época, José Carioca. Chile estaba representado por un avión que difícilmente remontaba los Andes. Indignante.

Condorito hace honor al Cóndor de los Andes, imponente ave carroñera, rey de los gallinazos, el zopilote mayor y símbolo de varios países andinos, no como Pedrito, el avión, homenaje de Disney ¿y Cia? al presidente chileno de estos años.  Como todas las caricaturas, este emplumado apareció por primera vez con un aspecto diferente al que yo conocí. Era más bajo, su pico era como el capó encerado de un Buick del año en cuestión, 1949. Y robusto, con esa complexión que le dice al transeúnte que con este fulano es mejor no meterse. Seis años después de ver la luz en la revista Okey, se edita la primera compilación de chistes de Condorito. Se le había implementado un contexto lo más real posible. Habitaba el cóndor en Pelotillehue, ciudad fanática del fútbol cuyo eterno rival es la vecina Buenas Peras. Claro, este individuo no era ningún huraño, el dibujante le otorgó una larga lista de amigos conocidos, un par de parientes, una novia, una familia de la misma, un antagonista –el simpático Pepe Cortisona–, un perro, un loro y la más pura raizalidad latinoamericana.

El rosario de personajes creados por Pepo para acompañar al saco de plumas es de grata recordación en muchas de las personas que me rodean. Ya expresé mi favoritismo por Pepe Cortisona, el tipo más desagradable del mundo; ventajoso, un hombre de esos que se suicidaría lanzándose desde su ego, eterno enamorado de Yayita, a quien pretende conquistar con lujos y regalos. Condorito es un roto, un arrancado, un pelado; pero lo que le falta en recursos monetarios la sobra en ingenio. Condorito a pesar de ser ave, cae de pie siempre, como gato. Los colegas no me perdonarían si hago caso omiso a otro pisco que llegó para quedarse en la mente de cada uno de ellos: Garganta de lata, nada más hacer mención de este personaje borroso, a media lengua, colgado de postes y puertas me recuerdan los mejores días de la universidad. Garganta timbra a las tres de la madrugada no para que le arrojen las llaves, él tiene su propio juego, pero que le avienten la maldita cerradura, ¡por Dios! Otro que me recuerda a un amigo, que ahora es músico en París, es Comegato; no por él sino por mí, solía llamarme de esa manera por la pinta de felino, mi perpetua gorra vasca en la cabeza y los mismos gatos de callejón que invaden mi casa.

Pero lo que más me sorprende de Condorito es su frescura, su manera de solventar los problemas, su desfachatez, su posición a favor de los desposeídos. En una compilación editada a comienzos del siglo XXI, en Buenos Aires, para conmemorar los 40 años de edición, se dice del cóndor de los pantalones remendados que es profundamente humano, humano hasta la última de sus plumas. Y aún así, Condorito conlleva consigo una labor que casi nadie se echa al hombro y menos en un país como este: la promoción de lectura. Varios de mis compañeros, mi señora y hasta el Dr. Teófilo Hani Abugataz, eminencia en el campo del sicoanálisis, aprendieron a leer con los chistes del pajarraco y lo mantienen como una sana lectura de ocio.

Las nuevas generaciones ya no conocen a Condorito, no saben quién es Yayita ni el cumpa, y si uno llegase a hablarles de Huevo Duro probablemente le dirían que no fuera grosero. Pero tampoco leen, creen leer mientras utilizan el chat, revisan el e-mail, chismosean el facebook y juegan alguna vaina en línea. Condorito no sólo contribuyó como primera lectura, para finales de los años ochenta y comienzo de los noventa regaló clásicos de la literatura universal. Tremendo guiño de Editora Cinco quienes eran dueños de la franquicia para Colombia.

Ante tan oscuro panorama de esta humanidad uno no puede menos que soltar un ¡reflauta! a modo de taco y caer desmayado con un sonoro ¡plop!, triste, esperanzado con que algún día Condorito vuelva a ser de esas primeras lecturas de contenido de los niños.

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