domingo, 13 de mayo de 2012

Glotonería cachaca

"Armonía en rojo", Henri Emile Benoit Mattise

Una semana de trabajo y estudio en Bogotá significa que el ciudadano se debe armar de paciencia; una buena provisión de ropa para distintos climas, que pueden ser tres en una misma tarde; y dinero y valor para treparse en los buses articulados en donde se verá sometido a todo tipo de vejámenes, toqueteos e intentos continuados de robo, chalequeo y roces con los demás indignados que se transportan en los dichosos buses. El centro de la ciudad es un infierno en vida, roto, desvencijado, víctima de una titánica lucha entre la recuperación de la zona histórica y el avance apabullante de la modernidad. Para poder ir a la Biblioteca Luis Ángel Arango y después hacer cualquier diligencia de banco, el habitante de la ciudad debe disponer de, mínimo, dos horas; saltar cráteres que parecen impactos meteóricos y para enfrentar tal odisea necesita alimentarse, bien y barato. He aquí una guía práctica para que el sufrido ciudadano coma rico y no se quiebre en el intento.

Si el individuo cuenta con algunos pesos extra puede adentrarse en uno de los restaurantes más grandes, en tradición y sabor, con que cuenta la capital de este sufrido país del Sagrado Corazón: La Puerta Falsa. Fundada hace más de doscientos años, hizo las delicias de más de un chapetón realista y sigue siendo un punto obligado de parejas de universitarios, senadores, representantes y toda suerte de animalejos que componen nuestra folklórica sociedad. El tamal con chocolate es el fuerte de este diminuto local, que ha sobrevivido a una guerra de revolución, a un bogotazo y a un incendio en la década pasada. Una serie de colaciones, almojábanas, cocadas, mantecadas y la muy colombiana aguapanela complementan el menú. Recomendadísimo para darle sabor a las conquistas amorosas, para agasajar a la abuela o simplemente para cumplir un rito de la más pura cepa bogotana, tomar onces.

Pero si el asunto es de hambre y falta de tiempo puede salir a la calle cuarta, a dos cuadras de la BLAA y empacarse, por módico par de dólares, un caldo de pescado que le hubiera dado vida a Lázaro en el caso de que Jesucristo estuviese demasiado ocupado en realizar milagros y espantar el demonio como cualquier Piedad Córdoba. Atendido por unos afrodescendientes afables y eficientes, en Delicias del Pacífico el caldo viene con arroz, patacón y, de nuevo al ataque, un vaso helado de aguapanela con limón, refrescante bebida conocida en otras regiones del país como zurumba; la palabreja adquiere especial encanto pronunciada por un habitante del Tolima Grande, como el difunto Hernando Casanova cuando interpretaba a Eutimio Pastrana Polanía.

Existen sitios casi míticos para la comida rápida que en esta urbe resulta más peligrosa para las personas con riesgo de accidente cardiovascular que McDonald’s o Burger King. Empanadas de la 19 es un local que lleva cerca de 30 años engordando a los oficinistas, mensajeros y empleados de oficios varios del sector. Gigantescos pasteles de yuca, repletos de arroz, carne y medio huevo cocido que asoma amenazante al primer mordisco. El ají de este puesto supera con creces a cualquier salsa picante empacada y homogeneizada; no importa que 150 personas hayan metido la cucharita que, seguro, también lleva allí lustros: sin el ají el pastel es una comida absolutamente plana. No importa el acoso de los indigentes que esperan las sobras, ni de los perros callejeros que confían en la gravedad como su mejor aliada en la consecución de un sabroso bocado, no importan los miles de vehículos, ni el humo: el pastel de la 19 acompañado de una fría y tóxica bebida de cola es el mejor paliativo para los malestares de la resaca.

Pero si hay un competidor en precios y calidad en el campo de las hamburguesa, perros calientes, salchipapas y pinchos (brochetas diría el chirriado cachaco) es Los Vecinitos, agradecidos propietarios de un sitio que ha salvado de la inanición a los estudiantes de las universidades Jorge Tadeo Lozano, Central, Distrital, Republicana y otras tantas instituciones de bueno, regular y pésimo prestigio. El trato amable de este par de sexagenarios con su enorme clientela es, tal vez, el ingrediente secreto que hace de esta charcutería un sitio predilecto de los transeúntes del centro para acabar con el hambre y los antojos.

Sin embargo, en la variedad está el placer y no sólo de comida rápida viven el hombre, la mujer y los infantes. Si de salir un domingo a darle un gustico a la prole, la costilla y la suegra se trata, no hay como ir a La Cucharita Colombiana, enorme galpón donde el tamaño de los platos es directamente proporcional al área del local; el ajiaco santafereño, la frijolada, la tabla mixta de carnes, cada elección podría perfectamente alimentar a un piquete de obreros de construcción y alcanzaría para llevarle el bocadito a la mascota. Tan amplio y variado es el restaurante que tiene una pizzería incorporada; magnífica opción, sobre todo para los artesanos y zánganos que pululan entra las calles 19 y 26 y que, por lo general, viven con un estrecho margen de dinero destinado a alcohol, materia prima, la pieza y, eventualmente, comer.

A la vuelta de La Cucharita Colombiana están las panaderías San Isidro y El Cometa, tradicionales sitios para tomar café con pan blandito y encargar los pasteles de cumpleaños y bautizos del barrio Las Cruces, con una gran variedad de sabores y combinaciones de todo producto basado en la harina. Y sobre la carrera séptima está La Florida, exclusivo sitio donde se sirve el mejor chocolate de Colombia, fabricado especialmente para el salón de onces por la Fábrica Nacional de Chocolates, el mejor pan francés y unas largas tiras de queso cuya calidad los hace merecedores de estas líneas. Barato, barato, no es; pero este placer, como dice la publicidad, no tiene precio.

No es posible hacer una real catalogación de todos los sitios que bien se pueden tildar de templos de la gula, de la garosería (chusca palabra, intraducible por demás); sitios que, según la costumbre, son frecuentados por maridos infieles para asegurarse la consumación de, al menos, dos pecados capitales. Pero he tratado aquí de hacer un recorrido por estos locales que me han salvado en más de una ocasión del hambre, de la soledad y de la locura.

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