lunes, 20 de febrero de 2012

Goya, la Colección Rau y el pueblo


"Mujer con una rosa", Pierre-Auguste Renoir

Repasando el álbum de fotos y recuerdos me estrellé con una coletilla de una exposición que, diez años atrás, me permitiera disfrutar de una experiencia de la cual me siento orgulloso y privilegiado: tener el placer de ver una pintura impresionista. La Colección Rau fue una de las exposiciones temporales más exitosas de comienzos de la década pasada, con una asistencia que superó el millar de personas; yo fui una de esas personas, pero fui el último día y padecí las enormes filas que le daban la vuelta a la manzana cultural que en esa época iba como en semilla germinal…

 Entre tanto cachivache y memoria entelarañada, también encontré el libro editado por Panamericana de los grabados de Francisco de Goya y una semblanza del catalán Joan Miró, que conformaban una exposición simultánea, por allá en 1998, en el ahora conocido como Mambo. Otra de esas exposiciones que hacen las delicias de cualquier aficionado al arte: los grabados de Goya son de un descarnado realismo, donde se plasman los horrores y consecuencias de la guerra, la muerte del torero en la plaza y los vicios y excesos de la España de la época; de Miró recuerdo el desconcierto y la estupefacción de encontrarse con una pintura diferente, con un  mundo colorido, casi infantil, donde la luz, el negro y los bisos de color absorben la mente, los sentidos.

Obras maestras de la pintura europea. Colección Rau, convocó cerca de 130 000  personas según los datos que aparecen en la internet. No me cabe la menor duda. Durante los dos meses y medio que permaneció expuesta, las personas hicieron con paciencia filas desde las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde, hora en que muchos tenían que desistir de la exposición y pensar en volver temprano al día siguiente. Diez años pasan volando y hay pocas cosas que dejan una impronta definitiva como lo hizo esta colección en la memoria reciente de Bogotá. La empresa privada tuvo una nutrida participación, los cuatro grandes grupos económicos contribuyeron a nombre de, al menos, dos de sus empresas de cada uno. Pero, como me suele suceder, lo que más me llamó la atención en su momento y que recuerdo con mayor persistencia fue la gran cantidad de personas que, democráticamente, asistieron a ver la Colección Rau. Desde la marchanta con el delantal de lujo y la cadena humana de nietos que desfilaron orondos y felices hasta la carcajada por cada una de las salas, hasta el estudiante de la Universidad de las Andes en espectacular fuga durante uno de los agujeros negros que plagan los horarios de las instituciones privadas, visitaron la casa de la moneda, y puedo asegurar que la satisfacción fue plena para cada uno de ellos.

La exposición de Goya y Miró fue cuatro años antes, en los delirantes días de la universidad, cuando en la carrera de Literatura era prerrequisito cursar historia del arte y el curso se gastaba viendo las exposiciones temporales en los museos de Bogotá. Regresé dos veces más, investigué por mi cuenta, disfruté a fondo cada uno de los grabados, cada una de las impresiones, cada espacio del museo del que, a medida que me perdía entre las líneas y las formas, se desvanecían los muros: la exposición perdía su marco, porque en ella se olvidaba el encierro de un museo. Goya regresó años después y a algún bromista le dio por sacarse uno de los grabados a darle una vuelta por la Candelaria; otras obras de Joan Miró han pasado por nuestra capital varias veces, pero ninguna de estas exhibiciones ha quedado grabada con tanta insistencia en la memoria capitalina como la del año noventa y ocho del siglo pasado.

Catorce años desde Goya y Miró y diez desde Rau me dan para pensar en una cosa: ¿por qué las grandes exposiciones no han vuelto a ser cosa de masas? Warhol  en la Fundación Gilberto Alzate Avendaño causó revuelo, más de un neófito salió con el estómago revuelto de Bodies, la exposición de esculturas concebidas a partir de cuerpos humanos y animales disecados del alemán Roy Glover, pero pocas han generado una convocatoria como la que lograron estas ya clásicas exposiciones. Nos queda entonces recurrir a los artistas locales y a la exposiciones de las universidades para tomarle el pulso al  arte y a los jóvenes artistas. Me quedé frío cuando quise ver la exposición de los egresados de mi alma mater, y es que resulta que está en el sitio menos indicado para mostrar las cosas de aquí.

En 2010 fue inaugurado el Centro Cultural Biblioteca Pública Julio Mario Santo Domingo, un mega-complejo cultural con todos los juguetes, como se dice popularmente. Pensé entonces en la cantidad de cosas a las que el ciudadano de a pie iba a tener acceso al tratarse de una entidad en la que aparecían las palabras “biblioteca pública”, pero en realidad hay varios factores que hacen de este centro cultural un templo de la elitización de la cultura: está ubicado al extremo norte de una ciudad cuyas dimensiones hacen que, fácilmente, un ciudadano no pueda imaginar que existe el otro extremo, lo que implica eventualmente mayores costos de transporte y sin duda una considerable inversión de tiempo para la movilización; y lo que mejor tiene el complejo son sus teatros, donde se presentan grandes espectáculos del mundo entero a precios de los más grandes espectáculos del mundo entero. Así no hay manera de popularizar la cultura, no hay manera de que la gente del común vea un montaje teatral. Exposiciones como Rau o Goya ya no van a frecuentar más el centro ni tendrán los precios casi populares que ofrecen la Biblioteca Luis Ángel Arango o la Fundación Gilberto Alzate.

El destino ha querido que una entrada casi clandestina me permita conocer el dichoso teatro; sin embargo, los costos son exorbitantes, la entrada más barata le permite al asistente imaginarse el espectáculo desde el nido de cuervo del recinto. La más ostentosa cuesta casi un sueldo mínimo. De esta manera no vamos a poder ver masas, si no cultas, al menos enteradas; el analfabetismo funcional seguirá rampante por las personas medianamente educadas; los politiqueros seguirán jugando con las ilusiones de la gente y seguirán vendiendo el modelo neoliberal de economía mixta en donde lo que menos importa es que la gente piense, lea, crea, cree…

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