lunes, 3 de septiembre de 2012

Pintor, artista, hombre

"Coleópsama Artis X", Omar Rayo

La ciudad en la que habito es tan grande que es prácticamente imposible de conocer en su totalidad. Un importante sector de la población, la que sostiene al resto, vive en lugares localizados lo más alejados en lo posible de su lugar de trabajo. Esto se traduce en una sustancial reducción de su tiempo libre puesto que se les va buena parte de la vida apretujados en alguno de los medios de transporte de esta ciudad. No tiene el ciudadano promedio ni el tiempo, ni los medios, ni la disposición para observar su ciudad de una manera diferente, no puede apropiarse ni de sus espacios, ni sus escenarios cuando pasa de afán para cumplir horarios y reglamentos que lo reducen a su mínima expresión. Hace unos años escuchaba a alguna persona cercana a la familia decir: “es que ver películas colombianas no tiene gracia, uno conoce todos esos sitios que muestran ahí”; es evidente que la persona en cuestión no le daba el valor suficiente a los espacios de nuestra patria, de nuestra ciudad, para ser específicos, como para aparecer en un film. La gente va por la ciudad angustiada por la falta de trabajo, por la inseguridad, por los bajos salarios, la falta de oportunidades, el desgaste diario de sobrevivir.

Y es triste pensar en lo que se pierden los ciudadanos, pues Bogotá es una de las ciudades con mayor oferta cultural, de fijo e itinerante, del país. Por todas las avenidas, los principales corredores viales, existen muestras de arte, arquitectura, cultura popular plasmada. Los grafiteros han adornado los boquetes que dejó la construcción de las vías por las que circulan los articulados del nefasto monopolio que ahora transporta a mis paisanos; don Fernando donó una de sus obras para completar el parque El Renacimiento; los contratistas que destruyeron la calle 26 se tomaron la molestia de conservar el ala solar, del artista venezolano Alejandro Otero, obra donada por el gobierno de la hermana República Bolivariana de Venezuela como gesto de buena voluntad con este bendito país del café, el frijol, las esmeraldas y los demás productos de tipo exportación. Y así, han pasado por Bogotá y han dejado múltiples muestras nuestros más importantes artistas, y la gente (no sé, me da la impresión) jamás repara en tal ventaja que poseemos como habitantes de este monstruo de acero, aluminio, concreto y cables.

Bien sabido es que recorro la ciudad en mi fiel velocípedo, el armatoste semiprofesional que me regalara el maestro Alba hace más de veinticinco años. Bien, cuando uno se desplaza en uno de estos aparatos tiene la grata oportunidad de ver la calle como casi ningún conductor o sufrido usuario del sistema. Hace unos días reparé en lo que queda de un mural del genio indiscutible de la geometría y el Optic Art en Colombia, el valluno Omar Rayo. A finales del siglo pasado, por iniciativa de la Cámara de Comercio de Bogotá y una serie de entidades privadas, entre las que figuraba una importante empresa de pinturas, se contactó a una serie de artistas para decorar algunos edificios del centro de la ciudad, especialmente la avenida diecinueve, ícono de nuestra urbe y calle cara a mis afectos. El susodicho maestro participó con dos espectaculares obras que daban la bienvenida al agitado sector y llevaban por título Nudodilla y Cundinamarrum. Durante años sentí la emoción de entrar al sector más agitado de la ciudad al ver los murales en la lejanía de la avenida tomada a la altura de la plaza de Paloquemao, sitio propicio para conseguir las mejores flores y yerbas de cotidiana usanza en el altiplano.

Hablar del arte en Colombia es un asunto bien complejo. Parece ser que para el colombiano del común sólo es importante Fernando Botero, y como el señor ha regalado su obra, ha hablado bien del país, se codea de los poderosos y ha establecido su residencia lejos del terruño –factores que al parecer le han dado caché a su vida y obra–, se le considera casi que el único artista nacional. Es una calamidad, y el mejor ejemplo de la manipulación de los medios sobre el grueso de la población. Alguien me decía que le incomodaba la perfección matemática, lo plano y predecible de la pintura de Omar Rayo. Palidecí de ira, pero como tratábase de una persona colega y amiga, hice caso omiso a tan atrevido comentario. En las artes uno de los aspectos más difíciles de abordar es el desarrollo de un estilo propio, de su consolidación y reconocimiento; y este artista es un paradigma en la historia del arte nacional. La geometría y la teoría del color difícilmente hallarán un expositor mejor que el maestro de Roldanillo.

A sus dieciséis años encuentra un recorte de prensa que anuncia un curso de dibujo por correspondencia, algo que para un joven de provincia con sus condiciones y aptitudes resultaba poco más que conveniente. Así, de manera poco ortodoxa, inicia su carrera en las artes. Comienza, pues, a desarrollar una próspera trayectoria que lo lleva a distintos destinos como el café El Automático en el centro de Bogotá, reconocida cueva de intelectuales y artistas, y en esta época empieza la búsqueda de técnicas y materiales que definan su obra, como el maderismo y el bejuquismo, que resultan ingeniosas y hasta divertidas, porque el humor es fundamental en la obra del valluno, como lo afirma Germán Rubiano Caballero en uno de sus artículos de la Historia del arte colombiano de Editorial Salvat, obra concienzuda y amena para aprender sobre nuestros verdaderos tesoros.

Una de las técnicas utilizadas por Rayo fue el intaglio, que descubre casi por accidente mientras estudia en México gracias a una beca. Sus intaglios, serie titulada de la misma manera, son de un acabado impecable, juegos con la forma y la óptica que dejan al espectador sumido en una suerte de ensueño, dado el juego con las líneas, el color, la profundidad. En 1970 gana la bienal de São Paulo, uno de los eventos más importantes de la plástica latinoamericana, en medio de una fuerte resistencia hacia la obra dado el alejamiento del pintor con el país. Como reconocimiento a sus logros, el municipio de Roldanillo dona un terreno para que Omar Rayo empiece una labor de conservación de sus obras y de difusión didáctica con los jóvenes del Valle. Nace la idea del Museo Rayo, una fundación clave en el arte nacional. En este templo del arte y la cultura se celebra anualmente el Encuentro de Mujeres Poetas, amén de ser epicentro de conferencias, talleres, exposiciones temporales y todo tipo de actividades artísticas e intelectuales.

Lo geométrico en la obra de Omar Rayo está inspirado en el arte precolombino, en los más sencillos patrones que son, en estricto, el origen del arte. Ahora, en manos de este artista la geometría es un desafío para la perspectiva, genera sensación de profundidad a partir de figuras plasmadas en una superficie plana. Tremendamente afincado en el blanco y el negro, juega con los colores cálidos, tropicales, lo que resulta en un laberinto de línea, forma y color. Sus cuadros están cuidadosamente compuestos, con rigurosidad, con perfecta armonía. En alguna ocasión me preguntaron por la obra de este ínclito maestro y mi apreciación siempre va a ser la misma, Rayo tiende a tener mucho de textil en su obra, sus formas parecen ser telas cuidadosamente dobladas y acomodadas para placer de los sentidos, en otras palabras, me siento abrigado, cómodo viendo la obra de Omar Rayo.

Criticado por fundar un museo para su obra con su mismo nombre, por no estar casi nunca establecido en el país, por ser más conocido en Nueva York o en México D.F. que en su propio terruño, este pintor, escultor, explorador de las técnicas de la plástica nos representó con mayor altura que muchos otros. Aunque no se ha ahondado en su faceta de escultor, donde también hace de la geometría un reto para los conceptos y los sentidos, es necesario reconocer que él era un artista plástico en toda la magnitud de la expresión, un hombre profundamente comprometido con el arte, amante de su país, de sus amigos, un compatriota que merece el título de artista nacional. Nos abandonó en junio de 2010, víctima de un infarto fulminante que no le dio tiempo de despedirse como se debía, dejando una impronta indeleble en la memoria y la sensibilidad artística de los colombianos; las nuevas generaciones lo respetan, lo recuerdan, lo que en este mundo globalizado y mediático es importantísimo, pues la primera baja de esta ola de alienación es la memoria. Paz en la tumba de don Omar Rayo y larga vida al arte en manos de artistas que estén preocupados por dejar obra, memoria y no por su satisfacción personal de ser el artista más importante de Colombia.

1 comentario:

  1. Felicitaciones por este blog, me parece verdaderamente excelente. En la red es ya difícil en estos días encontrar cosas de buena calidad. Muy buen artículo, además; comparto mucho de la visión expresada, y es preocupante cómo la manipulación mediática tiene la última palabra hasta en cuestiones de arte, campo en el que de fijo no tienen ni la menor idea ni la sensibilidad adecuada siquiera. Una vez más, felicitaciones por el blog, me parece muy importante el rescate de la verdadera cultura colombiana que propones desde varios de tus artículos. ¡Todos a ver la obra del maestro Rayo y del maestro Negret, recientemente fallecido!

    ResponderEliminar