domingo, 16 de septiembre de 2012

Historias septembrinas

"Amistad", Marijo Logghe

Amanece. Una brisa helada, devastadora, baja desde los páramos de la cordillera y arrasa con todo vestigio de calor sobre la sabana de Bogotá. Las calles empiezan a poblarse de presurosos ciudadanos que terminan una larga semana de septiembre, semanas laborales de seis días, porque en este sistema no hay manera de descansar, de dejar de producir, de consumir, de ocuparse. Ya habrá tiempo en vacaciones, si los hijos dejan algún momento libre, claro. Ya habrá tiempo para soñar, para viajar, para ver el futuro hacerse presente y, entonces, ya no habrá más tiempo. Mediados de septiembre y los comerciantes informales han comenzado a armar sus toldos e improvisados mostradores en medio de cualquier espacio libre, en las vías peatonales, en los separadores y glorietas, en los resquicios de los edificios inconclusos. Como no hay festivos en este mes, el comercio se las ha ingeniado para seguir sacando provecho del consumidor que resulta siendo veleta a los vientos de las necesidades del capitalismo. Para la segunda semana de este mes se celebra en este lado del mundo el Día del Amor y la Amistad, preámbulo del inicio del fin de año, así de simple. Antes y después del dichoso día se viene anunciando la fiesta del Halloween (que aquí le llaman la Fiesta de los Niños cuando el Día del Niño, declarado por la Unicef, es en abril) y con eso queda sentenciado el fin de año. En este punto la Navidad a la vuelta de  la esquina está.

Es increíble cómo dos conceptos tan humanos como abstractos han sido convertidos en objeto de comercialización. Y no por  el concepto en sí porque una cosa es comerciar con el placer, que es algo básicamente físico, valga el pleonasmo, llámese sexo, alcohol o fetichismo de toda índole, que  comerciar con el sentimiento, que es lo que se reúne en estas dos palabras. Amor y amistad tienen la misma raíz etimológica y vienen a significar lo mismo: afecto. El amor es lo que une a los seres humanos en su más primaria célula social; por amor se unen las parejas, se reproducen y se separan, hipotecan la casa para la carrera de sus hijos y se marchitan ayudando a criar los nietos. Por amor se han librado cruentas batallas y se ha renunciado a reinos. Es uno de los temas del arte explorado hasta el hastío, expresado de todas las maneras posibles e imposibles; ha generado los más desgarradores poemas y es el motor de fluidas y satisfechas sonrisas. Eso si tenemos en cuenta sólo el amor erótico, pero para no entrar el empalagoso tema de las diversas formas de amor se recomienda de manera puntual la lectura de El arte de amar, de Erich Fromm, el sabio alemán que se preocupó por hacerle sicoanálisis a la sociedad contemporánea y probablemente llegó a la misma conclusión de otros varios pensadores: la sociedad está loca, irremediablemente orate. De historias de amor trastornado y contrariado esta tapizada la existencia del hombre; como cliché infaltable está Romeo y Julieta; la sagrada Biblia aporta tragedias como la del ingenuo Sansón, el libidinoso Salomón y el sacrificado Abraham, quien por amor a Dios iba a hacer carnitas de su propio hijo. Se conocen de sobra las calamidades que han hecho los objetivos amorosos en pintores, escultores, poetas, políticos y bandoleros. Según palabras del divino Augusto Pinilla, la desgracia de Troya iba enredada en las turgentes caderas de Helena.

Por otra parte está la tan perifoneada amistad. Este tipo de relación nace en la más tierna infancia, cuando los locos bajitos se enteran de que hay más como ellos y empiezan a explorarse con curiosidad. El asunto es bien curioso porque ya a estas alturas los chicos presentan afinidades y antipatías; los niños recién ingresados al preescolar hallan con rapidez uno o varios amiguitos con los que jugará, dormirá, peleará, comerá barro y de los cuales hablará incansablemente para tormento de padres, abuelos y niñeras. Hace pocos años rotaba un comercial en el que jugaban con las estadísticas del ser humano y de paso nos recordaban lo banal de la amistad, al comienzo de la vida un humano promedio tiene veinte amigos y al final tres. Y no son los únicos; el Doctor Hani, el costeño que le desenmarañó los traumas a un motón de familias, se reía a mares con cada paciente que llegaba a su consultorio quejándose de la ingratitud de sus amigos. Amigo el ratón del queso. Sin embargo, para no quedarse en la bilis que cultivan gozosos muchos de nuestros críticos literarios, hay que decir que, ciertamente, existen heroicos ejemplos de amistad tanto en la vida real como en la literatura y las artes. Amistad en las lánguidas acuarelas pintadas por miles de artistas donde se ven las siluetas hambrientas, alargadas y febriles de esos dos amigos leales e inseparables que son Sancho Panza y don Quijote de la Mancha. Si bien es cierto que no son del todo amigos, el Principito nos enseña a través del zorro que la amistad conlleva mucho de domesticar, pues crea lazos y se supone que son el tipo de lazos que unen a los amigos. Y qué decir de la amistad y lealtad a prueba de nuestros amigos de hace unas semanas Quincas Berro Dagua, Currillo, cabo Martín y Pedevento, los alegres juerguistas que creara Jorge Amado para materializar el espíritu fiestero y desenfadado de Salvador de Bahía. Podemos citar también al flemático Sherlock Holmes y su infaltable asistente, consejero y compañero el eminente Doctor Watson. Y así se podrían seguir numerando los ejemplos de amigo fiel, desde el Renault 4 de los setentas hasta los animalitos que se van detrás del amo y se quedan a vivir en el hospital, en la funeraria o el cementerio porque su mejor amigo –quién dijo que la amistad es una cuestión única del ser humano– se murió y el bicho sigue esperándolo cada mañana, cada vez que suena el motor de un carro parecido. Habrá el lector huérfano de mascota que derrame una lágrima con estas líneas.

Ahora que se han aclarado los conceptos, queda entre el tintero una indagación más: ¿de dónde viene la costumbre de celebrar algo que de cotidiano se debería exaltar? Todo parece indicar que la vaina arrancó en la arcaica mitología romana, con las celebraciones por la salvación y el fundamento de Roma. Rómulo y Remo, amamantados por una loba y posteriormente fundadores de la capital del mundo antiguo, fueron excusa para una de las tantas celebraciones y fiestas que se inventaron los latinos antiguos para andar de juerga y coge-coge todo el año. Con el advenimiento del cristianismo no se suprimió la barbarie y un obispo enamoradizo e idealista desobedeció la orden del emperador Claudio II y se dedicó a casar cuanto centurión tragado hallaba por su peregrinar; como consecuencia el obispo Valentín fue torturado, empalado, desmembrado, repartido por el imperio y condenado al olvido, cosa que como se sabe fue imposible. La iglesia católica le permitió un primer milagro y fue canonizado y elevado a la posición de santo, y como conmemoración de su magna obra, la de legalizar la reproducción de soldados romanos, fue declarado santo patrono del matrimonio y el amor. La fecha que se le asignó fue el 14 de febrero y así se celebra en la mayoría del mundo.

Por estas latitudes el Día del Amor y la Amistad es en la segunda semana de septiembre. De manera romántica se podría pensar que está asociado a los ritos del fin del invierno en las tierras australes, a los de fertilidad y prosperidad, a la juventud como se conoce la fecha en Bolivia. Pero la realidad es tan fea como casi siempre: los comerciantes acordaron que esta fecha era propicia pues no se le aproximaba a ninguna otra con interés comercial; febrero sería un fracaso pues es plena temporada escolar y no hay quien tenga dinero para dilapidar en regalos. Volvemos al principio, el Día del Amor y la Amistad es otra de las tantas estratagemas del sistema para exprimirle el sueldo a los trabajadores, a la gente que está tan alienada que cree (porque no piensa) que la amistad, el amor, el cariño por sus seres queridos se puede, se debe demostrar con regalos costosos y en muchas oportunidades inútiles. Tristeza, eso es lo que despierta esta sociedad plagada de excusas y falsos motivos para explotar a sus semejantes, para condicionar a un valor monetario sus sentimientos. Un último dato para aquellos y aquellas que se emocionan con las tarjetas de Amor y Amistad, estas son la evolución de un sorteo en Roma mediante el cual rifaban los mejores ejemplares para ser el objeto amatorio de toda una comunidad durante el año; al abolirse el rito, la gente se lo hacía saber por medio de tarjetas a los posibles candidatos. Feliz día.

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