miércoles, 12 de septiembre de 2012

Mi ruana, mi zarape, mi cultura

"Palomas hacia el mundo",
Patricia Sánchez F. Saiffe

Por múltiples razones existen semanas en las que me corresponde permanecer enclaustrado entre los miles de libros que ya no caben en la casa, entre los miles de datos que nos llegan por el correo electrónico, ocupado en la atención a las mascotas –que son los hijos que decidimos no concebir por nuestros propios medios– y, por supuesto, en compañía de la caja idiota que resulta siendo un buen escape para la rutina de lunes a lunes. Y es que la salida al centro de la ciudad, a los sectores de comercio y entretenimiento, es la mejor terapia para el estrés, para los conflictos maritales, vivenciales, existenciales y hasta religiosos. Los políticos no, esos hay que resolverlos desde el intelecto y el sigilo. Como venía diciendo, es en la salida, en la escapadita a las bibliotecas y las conferencias, donde se hallan los mejores temas de conversación, de reflexión y hasta de polémica.

Días atrás di en participar en un coloquio de aquellos que abarcan un tema desde distintas perspectivas y de los que sale el asistente lo suficientemente informado de la situación actual, tanto que no le queda más remedio que odiar al sistema y sacar plata del cajero para ir a comer algo y distraer el malestar cultural que acaba de adquirir. Como iba un poco tarde para una de las charlas decidí tomar un taxi que me dejara en la zona histórica cerca de la Biblioteca Luis Ángel Arango, sede de la actividad. Por cosas del destino traté de fotografiar desde mi transporte uno de esos animalitos maltratados que todavía fungen como bestias de tiro. La reacción del propietario del equino me dejó perplejo, se me figuró todo un personaje antagonista de una película mexicana de la era dorada. Si hubiese tenido pistolón me lo descarga completico; al alejarse con su vehículo de tracción animal comprobé que escuchaba rancheras.

Me quedé pensando largo rato en la influencia de la cultura mexicana, con todo lo que abarca el término cultura en nuestra sociedad. Después de un arduo rastreo de las primeras correlaciones entre nuestros amigos aztecas, encontré que se remontan a 1656 cuando devotos de la advocación de la Virgen de Guadalupe deciden erigir un templo en el cerro compañero de Monserrate, en Bogotá. Dicha construcción ha sido completamente destruida por diferentes movimientos telúricos siendo notable el hecho de que lo único que ha sobrevivido a esta mala racha tectónica ha sido la imagen de yeso que se venera desde el siglo XVII. Después vendría el XIX y empezarían los movimientos independentistas tan comunes en Latinoamérica dadas las condiciones políticas y sociales de la época. Colombia y México tienen fechas comunes al inicio y desarrollo de tales procesos, así como pensamientos e intereses que forjaron paralelamente las jóvenes naciones. Pero se puede hablar de una verdadera contribución cultural con el advenimiento del siglo XX. Para los años diez al veinte de este siglo nuestro inmortal poeta Porfirio Barba Jacob ejerció su oficio en el país hermano y varios más como el de periodista, editor y fundador de diarios; allí se hizo amigo de Porfirio Díaz, por lo que tuvo que salir huyendo a la caída de este. Desde entonces en varias ocasiones México les ha abierto las puertas a los autores colombianos, editándolos, difundiendo sus obras, acción que nuestro país muchas veces hace extraña para sus propios escritores.

Claro, el tiempo no sólo no detiene su marcha sino que, gracias a los inventos y la tecnología, parece acelerarse progresivamente. Con el desarrollo de la industria cinematográfica mexicana, apoyada en un sólido intercambio musical con el Caribe y América del Sur, se acentuó la influencia de la cultura manita en nuestro país. Pero la contribución cultural mexicana también la vemos en otros países de esta parte del continente. Nada más ver a nuestros vecinos peruanos celebrando acontecimientos familiares con el infaltable mariachi, eso sí afinado con pisco mas no con tequila. Resulta y acontece entonces que la próspera industria del cine mexicano encontró en el colombiano un atento lector de sus tramas, romances y conflictos como el rural donde se puede ver una comedia costumbrista tipo Los hijos de María Morales (1952), dirigida por Fernando de Fuentes y protagonizada por el carismático Pedro Infante. Llenas de artilugios, equívocos y peripecias este tipo de películas se grabaron profundo en el inconsciente colectivo de los colombianos. También los problemas del campesino migrante, del ciudadano marginal fueron captados por el cine manito. Para no abandonar al inolvidable Infante citemos acá Nosotros los pobres y su secuela Ustedes los ricos, donde se narra la historia de Pepe “el toro”, humilde carpintero que gracias a su don de gentes se convierte en el defensor de su descastada clase social en una ciudad donde ser pobre es casi un delito. Dirigidas por Ismael Rodríguez, estas dos películas reflejaron la situación de los desposeídos, su drama y su lucha cotidiana. Huelga decir que el pueblo colombiano, el  raso, logró un nivel de identificación notable. Hay que destacar que el cine de esta época está fundamentado en el humor de unos guionistas ingeniosos y, ya se dijo, en la música.

Antes de terminar con las huestes del cine, el blanco y negro de su época dorada y pasar a los acordes hay que reconocer a una figura de inusual talento y chispa infinita que alegró los corazones y denunció las injusticias. Con ustedes, Mario Moreno Reyes “Cantinflas”. Mucho hay que decir de este señor de humilde origen que por puro instinto de supervivencia se unió desde muy joven al mundo del espectáculo, pero no por el pomposo y rutilante. Sin embargo, para 1930 era ya con méritos el cómico más popular de México. Filmó más de cincuenta películas, fundó su propia productora y se inventó una manera de expresarse desenfadada, anacrónica, casi ilógica que si bien no lograba el objetivo primario sí lograba confundir al interlocutor y divertir infinitamente al espectador. La Real Academia de la Lengua aceptó a comienzos de los ochenta el verbo “cantinflear” que significa hablar en retahíla y sin mayor sentido y actuar de la misma manera. Paz en la tumba del cómico más grande del cine latinoamericano.

Pasemos entonces a nombrar unas cuantas figuras de la música que el cine del país azteca catapultó hacia el resto del mundo. Comencemos con Dámaso Pérez Prado, el rey del mambo, el hombre con cara de foca, el genio indiscutible. Dámaso Pérez Prado, de origen cubano, se establece en México desde 1940, excepto durante una ausencia plagada de intrigas y medias voces, y adquiere su nacionalidad en 1980, viviendo allí hasta el fin de sus días. Como consumidor asiduo de todas las músicas, puedo garantizar que la energía del mambo es capaz de emocionar hasta la más ínfima fibra a cualquier paisano que habite en un país no latino. “Qué rico el mambo” es uno de sus temas universalmente reconocidos, y quién no ha hecho un oso polar tratando de bailarlo con alguna barranquillera en plena Navidad.

Un caso bien grato es el de La Sonora Matancera, la mítica agrupación nacida en los años veinte en la ciudad de Matanzas, Cuba, donde militó el mismo Pérez Prado con el piano de cola y donde fulguraron las voces de Celia Cruz, Daniel Santos, Leo Marini, Bobby Capó y el colombiano Nelson Pinedo. La Sonora, la decana de las orquestas, sonorizó y participó en al menos once películas entre 1948 y 1961. La historia de La Sonora Matancera en México es larga, siempre dentro de mis limitaciones propongo el tema a otros investigadores que se especialicen en el tema. Por mi parte cabe acotar que México recibió y difundió profusamente la música de uno de los más grandes de los nuestros, el maestro Lucho Bermúdez. Allí llegó a grabar en 1950 con sus gaitas y sus fandangos ya pasados por el páramo de Bogotá y se codeó con figuras como Tito Rodríguez, Benny Moré y tantos otros de los que aprendió y enriqueció su música.

Sin embargo, las influencias no se quedan en la música. Cuando empecé a descubrir el mundo llegó al país uno de los programas humorísticos más relevantes de toda la historia de la televisión en habla hispana, El chavo del ocho. Roberto Gómez Bolaños hizo de la cultura urbana mexicana la de América Latina. Todo se inició con un tímido proyecto de sketchs a partir de un par de personajes en los que se empezaban a reconocer a Rubén Aguirre, a Rubén Valdés (hermano del célebre Tin Tan) y al mismo Gómez Bolaños que interpretaba desde entonces un prototipo del Dr. Chapatín. Después vinieron la avalancha de personajes creados por este señor cuyo apodo abarcaba todo su genio, Chespirito, que como es sabido, es el apócope de Shakesperare; quien lo apodó de esta manera sabía del potencial de Roberto Gómez. A partir de este programa se vino una invasión de comedias de toda índole que, de una manera u otra, influyeron de manera importante en nuestra cultura. Por una parte estaban las comedias familiares que iban desde el disparate de La carabina de Ambrosio hasta Mi secretaria, y de otra, estaban las infantiles entre las que estaban Chiquilladas, El show de Chavelo y el recordado Capulina. Pero si hay un programa que me haya impactado fue El tesoro del saber, serie didáctica que con mucho humor y mucho ingenio inculcó y despertó la curiosidad por el conocimiento en media generación de los años ochenta. El frente alienante estaba en la telenovela y sus divas excepcionales. El novelón mexicano fue el modelo a seguir por las producciones latinoamericanas de las cuales los venezolanos y los colombianos se convirtieron en sus más devotos cultores.

No he querido mencionar la relevancia de las letras y el pensamiento manito para Colombia y el resto de América Latina pues es un tema de gran profundidad que merece un espacio mayor, si no uno diferente; pero he querido puntualizar en el peso de la cultura mexicana en nuestra cultura misma, he querido reconocer que la ranchera es mexicana, la cumbia colombiana y el bolero ranchera una feliz colaboración, que el cine, la televisión y, recientemente, el rock mexicanos son un patrimonio del que los demás hemos incorporado a nuestras necesidades sociales o culturales. Buenísimo poder conocer México, más aún que se pueda viajar sin visa, y más aún ahora que dadas las condiciones tecnológicas e intelectuales nos acercamos más.

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