domingo, 15 de julio de 2012

Una hamburguesa, una Chopper y un milagro

"Ezekiel 25:17", Michael Kozlov

El verano en Bogotá ha terminado. Las noches están acompañadas de tormentas paramunas, con su eterna lluvia, agujas de hielo que penetran la piel, un frío polar que barre las calles y me hace pensar en la gente que duerme en ellas, en las prostitutas apostadas en el barrio Santa Fe con sus diminutas faldas y los gigantescos escotes por donde se cuelan el viento y las miradas. Pero es este clima al que mejor me adapto; los atardeceres grises, encapotados, me impulsan a recorrer las calles de sectores como Palermo, La Soledad, La Candelaria y me hacen irme lejos del presente, de la situación económica, de la corruptela generalizada que afecta hasta el campeonato rentado de fútbol profesional. Me largo para otras tierras, para otras épocas; el reflejo de las lámparas de tungsteno sobre el asfalto, húmedo y derruido, tiene el mismo efecto hipnótico que el strober en una discoteca. Me conecto al dispositivo y le pongo banda sonora al escape.

Recorrer la ciudad en estas condiciones y con la música adecuada puede llevar al desprevenido transeúnte a protagonizar sus propias escenas cinematográficas. Recuerdo que a Diego Camargo, afamado humorista, ir a comer rollitos chinos en la 71 con avenida Caracas le remitía inmediatamente a la escena de Blade Runner donde el detective Deckard es abordado por Gaff para que retome su trabajo de asesino de replicantes. Volví a ver Blade Runner cada año, pero jamás volví a comer los grasientos rollitos, menos desde que a los cuenteros les dio por llamarse dizque stan up comedians. Ahora, cuando me acuerdo de Mad Max, su Ford Falcon y la guerra por la gasolina, simplemente coloco algo de punk en el mp4 y me trepo a una buseta, un domingo en la mañana. Seguro que al menos la velocidad y la guerra entre conductores por desolados asfaltados van a ser la cuota cinematográfica.

Sin embargo, para 1994 apareció en escena la genialidad de Quentin Tarantino con Pulp Fiction y le dio un giro trascendental a la forma de apreciar una banda sonora. Tiempos violentos, como fue publicitada en América Latina, es una obra maestra en la que ningún detalle pasa inadvertido. La vi en septiembre de ese año, en el Teatro El Cid, un monstruoso cinema de pantalla remendada y sillas ergonómicas (por sus muchos años de uso un colombiano de talla promedio quedaba cómodo en cualquier locación), en compañía de dos vecinos. Uno de ellos no la entendió en absoluto, el otro captó lo importante y yo quedé fascinado hasta el día de hoy. Para completar, el disco con la banda sonora se convirtió en un éxito que rotaban los bares de baile como Bar 23, Chango o El Gato Naranja, todos antros de perdición donde se quedaba el promedio académico de prometedores estudiantes de Administración de Empresas, de Derecho y unos cuantos de Literatura. Y es que la notoriedad de este sonido radica en una meticulosa selección de Tarantino para lograr la atmósfera viciada –perfecta– de esta cinta.

Los tres primeros cortes del disco desarrollan el primer segmento de la película, introducen al espectador al ambiente de la historia y emocionan hasta la médula con el intento de atraco de la cafetería y la avalancha de notas en las manos de Dick Dale con su Misirluo, frenética canción griega que se ha hecho popular en distintos géneros. Puro surf rock, ese mismo que desprecia Pete Thousand, como desprecia casi todo lo que le rodea; alguna vez llegué a sospechar de una cercanía con Virgen de la Macarena, un mambo bravo de Pérez Prado. Remata el popularísimo Jungle Booguie de Kool & The Gang, un funkie capaz de descaderar al mismísimo Travolta. Los diálogos como el que hay entre Samuel L. Jackson y el actor ya mencionado, presentados como cortes independientes dentro del disco, son un detalle que ha incrementado el culto por esta obra de Tarantino.

Pulp Fiction se ha convertido en un referente cultural. Cuenta la leyenda que Quentin Tarantino escogió a Bruce Willis para el papel del indestructible boxeador Butch Coolidge por ser, precisamente, el protagonista de Die hard. La escena del Jack Rabitt Slim´s resulta siendo un exquisito homenaje al Hollywood de los años cincuenta, amén del plano inicial en el que Tarantino le hace un guiño a Good Fellas, la sangrienta y cínica película de Martin Scorsese. Girl, you'll be a woman soon, una vieja canción de Neil Diamond, es retomada por Urge Overkill, una banda alternativa que le da un toque moderno, actualizado. Pero, la verdad sea dicha, la versión del señor Diamond es, simplemente, honesta; distinto a lo que sucedió con Red Wine, su desabrida balada que UB40 hizo el himno del reggae blanco. Para terminar con la cultura popular qué mejor ejemplo que la discusión sobre la Royal with cheese, la famosa cuarto de libra de McDonald’s que por los problemas que plantea el sistema métrico decimal tiene que ser vendida bajo ese nombre. Y sí, qué asco papas a la francesa con mayonesa.

Los personajes son perversos. Los colombianos salimos, como siempre, mal representados con la taxista Esmeralda Villalobos, fatal loba que dice interesarse por el tema del homicidio dada su nacionalidad. El vendedor de drogas que comercia heroína como muchas señoras bogotanas perfumes, conserva un libro negro de medicina, curioso ejemplar bibliográfico que no estaría de más adquirir. Y de esta manera desfilan todos los vicios y chismes de una ciudad que ha servido, tradicionalmente, de escenario para la literatura negra, empezando por la publicación periódica conocida como pulp. La historia se desarrolla en medio de una suerte de ley de la selva urbana, donde cada quien tira para su lado y hay recónditos parajes donde los depredadores se camuflan y atacan sin previo aviso. La manera en que escapa Butch a toda una serie de torpezas y equívocos es un excelente ejemplo de cómo la violencia y la sordidez pueden ser narradas en tono de humor negro. El acto de Dios por el que Jules decide retirarse del sicariato puede interpretarse como un mero lance irónico del director.

Algún profesor que pretendía demostrar sus conocimientos sobre cine a una pavada de asombrados muchachitos en la Universidad Javeriana decía que la película “sufría de toda una serie de defectos técnicos y que eso le restaba valor como film; pero su guión era impecable”. Probablemente una apreciación purista, pero si Pulp Fiction ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes, no creo que la película tenga fallas de este tipo. Para el seguidor de Tarantino es claro que cada detalle, cada descuido, cada filtro o iluminación, están ahí por alguna razón; probablemente por hacer homenaje a las miles de películas de Serie B que vio en su juventud. A veces recuerdo la apreciación de un profesor y una clase que he olvidado casi por completo.

Ver esta película es un buen plan; también lo es sentarse a escuchar su banda sonora al calor de un buen bourbon, con unos cigarros liados y una hamburguesa “sangrante”, como le gusta a Mia Wallace, ojalá ya tarde en la noche, como a la misma hora que a Vincent Vega le toca arrancarle de las garras de la muerte a la mujer del capo. Habría que sentarse de nuevo y repasar sus escenas, sus chistes, sus canciones y hacer de una noche lluviosa una jornada maravillosa.

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