domingo, 18 de noviembre de 2012

A quien interese

Paisaje urbano con espátula

Lo mejor es empezar por el principio: el sueño de toda mi vida ha sido contar con unos amigos que tengan la férrea voluntad de hacer música. Para ser honesto, una básica pero talentosa y descollante banda de rock and roll. Pero tal anhelo es algo exagerado teniendo en cuenta que mis amigos músicos tomaron, hace rato ya, sus caminos y no les va nada mal; cuento entre mis compañeros de lides universitarias con uno que pasa por estrella local del sampleo y el hardcore digital valiéndose de su poderoso mugido gutural. Otro hizo una fulgurante carrera de fusionista latino en su breve paso por París. Y, el más entrañable, es un exitoso músico científico en Berlín. Entre otras cosas este último fue productor y músico en mi primer proyecto lúdico-poético-musical: Consejo de anciano, producido en 14 delirantes jornadas que competían con mi diario profesional, por allá en los estertores del siglo XX y los albores del XXI. Como dato curioso en esa época mi labor consistía en trascribir textos de literatura clásica para convertirlos en un guión a ser leído por un locutor profesional y destinados a ser escuchados por personas con poquísimas aptitudes de lector en un dispositivo fonográfico, valga el arcaísmo.

Por otra parte, desde hace unos meses viene circulando el apelativo de música urbana para referirse a una serie de adefesios como el detestable, monótono, insoportable y babosa herencia vigesimonónica denominado reggaetón, amén de los sancochos que se inventaron los niños músicos colombianos al encontrar tamaño tesoro sonoro en las raíces de la patria y mezclarlo con lo que ellos, pobrecitos, se criaron, es decir,  al son de Technotronics, Guns´n´roses , la explosión del rock en español y el advenimiento del éxtasis y el after-party. En lo personal, tengo entendido que existen cuatro géneros urbanos tanto por su resultado concreto como por su plataforma de lanzamiento: el jazz, el rock, la salsa y el tango, aunque no puedo desconocer la relevancia del hip-hop, que viene siendo el hijo desconocido de la ciudad y sus problemáticas, ritmo que cuenta con una nutrida y excelente representación dados los gruesos cinturones de miseria que nos rodean. Lo demás es un refajo mal logrado, copia, repetición. Claro que a la hora de hacer fusión existen verdaderos maestros que incorporan como en una delicada pócima mágica los aires propios y las músicas venidas de ultramar como es el caso de los expertos conocidos como Colombita.

La primera vez que se me propuso grabar un disco fue a partir de mi poesía con poderes plenipotenciarios sobre los géneros, sonidos y efectos que iban a acompañar mis versos, claro, leídos en mi propia voz (aquí un respiro para el ego inflado). Hoy que otros dos hermanos en el etílico y el conocimiento me ofrecen de nuevo la oportunidad de entrar al estudio, el reto me parece doble. Arranquemos con el ínfimo detalle de que ni antes, ahora ni nunca he escrito para musicalizar; mi rima es una afrenta a los letristas consagrados; mis líneas están pensadas para ser leídas mientras se escucha la soledad nocturna de un domingo previo al festivo. Empero, en esto soy irreductible, la melodía que acompaña mi poesía es la música que suena en la urbe y, de cuando en cuando, el sonido que ella produce como cualquier ser vivo.

Entonces, ¿cuál es el sonido que podría acompañar mí poesía? La respuesta viene siendo más bien sencilla: todas las buenas músicas, las que ya nombré, las contadas excepciones de otros sub géneros, pues eso es lo que nos da la categoría de cosmopolita, el universo está resumido en lo urbano, en las grietas de las calles, en el smog que nos acostumbramos a respirar.

Yo sé lo que quiero decir en mis poemas, estoy completamente seguro de los ritmos que acompañarían su lectura sin que las notas disolvieran las palabras. Consejo de anciano fueron una serie de melodías compuestas para dar una suerte de atmósfera a una colección de poemas medianamente logrados en cuanto a su temática, marca de estilo y musicalidad. Pero quiero intentar algo nuevo en mi corta experiencia con la escala. Mi propuesta para este nuevo proyecto es la de lograr, en primer lugar, un sonido propio de un grupo de amigos con inquietudes artísticas y estéticas y, en segundo lugar,  escribir poesía a partir de esta experimentación; reunir las vivencias, las observaciones de la urbe, los sonidos y las imágenes literarias para concretar un registro sonoro original, auténtico, de alta calidad. Estoy en mi derecho, soñar no cuesta nada.

Surge, en mi fuero interno, una nueva inquietud. ¿Qué hay cuando una persona se detiene a observar la ciudad? Ya he iterado en el hecho de una aparente ceguera por parte del bogotano dado su hacinamiento tanto en calles como en vehículos y aún dentro de su propio lugar de habitación. Pareciera también que a las administraciones y a los medios les interesa dirigir la atención de la gente a ciertos polos y, en esa medida, más de media ciudad queda fuera de foco. Desde la inauguración del monstruoso Teatro Mayor los demás escenarios de la capital han perdido vigencia como una estrella convertida a enana blanca hasta su inminente desaparición, hasta que el agujero negro de las políticas mixtas se trague todo vestigio de cultura popular. Mi condición de marginal se ve reforzada cada vez que asisto al teatro al aire libre de la Media Torta, por lo general a espectáculos igualmente anotados al margen de las programaciones del distrito; desfilan por mi memoria una serie de estrellas de la canción que brillaron en este escenario como resultado de una ley que obligaba a los artistas extranjeros a presentarse gratis en un escenario popular. Eso ya es historia patria, diría mi madre afligida ante una época que ya no va a volver. Como soy de un origen obreril y sencillo mi memoria evoca dos artistas en esta concha acústica tajada a cincel y macetón en la cordillera: Leo Dan, el argentino que se volvió ranchero, y Alicia Juarez, que mis padres me obligaron a ver nuevamente a los pocos días en la plaza de toros de La Santamaría.

No sé si todo tiempo pasado fue mejor o si siempre vendrán tiempos mejores. Pero no puedo evitar que asome un dejo de rabia e impotencia cuando pienso en los parques mecánicos que sostenía la administración pública, eso sí con austeridad y estoicismo. La mayoría de ellos fueron consumidos por la herrumbre y la desidia administrativa; el del Parque Nacional fue desmantelado a mediados de los años setenta del siglo anterior y sus laderas se convirtieron en trampas mortales para las mujeres solas y en punto de encuentro para amores furtivos y prohibidos. El del Salitre privatizado, el de Timiza condenado al olvido, a desaparecer de la memoria colectiva. Y así, tenemos que agradecer que se sostengan el parque Simón Bolivar, del que no se construyó sino una pequeña porción del proyecto original por cuenta de un problema de  desembolso de recursos; que hayan recuperado el del Tunal, así se vea como un oasis malogrado en medio de la tundra; que una empresa voraz e inhumana como cierta caja de compensación mantenga podadito el jardín más grande de la ciudad, el parque de Ciudad Montes. Hay una excepción en medio de este oscuro panorama, el Parque Metropolitano del Sur, sobria obra de recuperación del espacio público y saneamiento ambiental, al sur de la ciudad, un sector que parece ser desconocido por la otra mitad de sus habitantes.

Observar la ciudad implica muchas más cosas de las que el ciudadano común se detiene a pensar. La ciudad es un ente vivo, una estética, un paradigma de la humanidad. El asentamiento humano cambió las leyes naturales dándole un nuevo sentido a la expresión “la ley del más fuerte”; en el caso colombiano la urbe fue, es y seguirá siendo, el destino de los miles de refugiados que a diario huyen de sus campos a veces siquiera sin saber por qué. Una ciudad como Bogotá adquiere unos rasgos culturales tan complejos como la forma de hablar de sus habitantes, su culinaria y, en últimas, su música. Es por eso que al abordar una propuesta artística se hace necesario detenerse a observar, a pensar, a analizar el paisaje de nuestra ciudad, las caras lindas de mi gente bella, las industrias, le juego de la jungla del dinero, despegarse un poco, ver los toros desde la barrera y volver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario