domingo, 24 de junio de 2012

¿Y esa vaina con qué se come?

"Sucre atardecer", Juan Carlos Díaz Méndez
En la mañana del sábado me desplazaba con mi hijo por las calles de un barrio cuya reputación es dudosa, el San Jorge Central; entre chiste y chanza resultamos hablando de la naturaleza violenta del ser humano, de la inclemente ola de violencia que ha forjado la historia de este país y, como en la divagación está el placer, resultamos hablando de migraciones, mutaciones y fusiones de la música. Colombia debe su riqueza musical no sólo a la inmensa variedad de ritmos y géneros que se dan en el territorio nacional, sino que debido a las migraciones como la colonización antioqueña y los desplazamientos forzados como a los que fue sometida la población sabanera de Sucre a causa de la Guerra de los Mil Días, las músicas se han trasladado, mezclado, nacido y muerto.

A pesar de que la esencia musical de este hogar tiene un marcado acento rockero, en todos los idiomas y en todos sus sub-géneros, la música es una sola y se divide en dos: la buena y la mala. Y por exigente que un melómano pretenda ser tiene lo que algunos llaman taras o lo que otros denominan descaches. Para mi señora fue el descubrimiento y su eterno romance con los detestables Hombre G; mi señor padre, el maestro Alba, se incomoda sobremanera al ser sorprendido mientras escucha Ana y Jaime, par de hippies, de esos melenudos que él mismo abomina. Por alguna razón extraña, insondable en la paciencia que me doy para explicar algunos comportamientos, mi pecado es un grupo de música que algunos clasifican como vallenato. Horror, me gusta el vallenato.

Sin embargo, no me podía quedar yo cruzado de brazos mientras los compañeros se burlaban de mis gustos, mientras cada día me aferraba al disco en formato MP3 que había aparecido como por arte de magia de la dichosa agrupación y algunas canciones de dos de sus ex integrantes, mientras el sonido se me metía en las venas, cada mañana, cuando mi ancestro de tierra caliente me impulsaba a meterme al baño con el dispositivo y su respectivo amplificador a la ducha. Para este tipo de malestares lo mejor es sumergirse en el divino ejercicio de la lectura, la investigación y, por encima de cualquier impedimento o talanquera, seguir escuchando fervorosamente el grupo, banda o intérprete que lo esté atormentando.

Para comenzar es necesario que el lector esté muy consciente de que Los Corraleros de Majagual no son música vallenata, ni vallenato sabanero, pues eso no existe. Esta agrupación es el producto de la visión empresarial de don Antonio Fuentes, propietario de Discos Fuentes, ante la propuesta de dos noveles músicos de música sabanera, Alfredo Gutiérrez y su amigo Calixto Ochoa. Decidió don Antonio conformar una agrupación de gente experta en la música que para entonces empezaba a llamarse (y a confundirse con) vallenato. Corría entonces el año de 1961.

La propuesta de Los Corraleros de Majagual, orquesta integrada por gente del campo, con un formato grupal similar a la popular papayera, consistía en retomar los temas del más puro folclore sabanero, incluidos los ritmos del género vallenato (son, paseo, merengue y puya). Los Corraleros fue una de las agrupaciones que internacionalizó el sonido nacional junto a insignes figuras como Lucho Bermúdez, quien tuvo que presentarse la primera vez en Bogotá con músicos de conservatorio ante la desbandada de sus propios músicos que se sintieron llegando al polo en pleno invierno –de aquí la leyenda de que el sonido del maestro Bermúdez mostraba tintes andinos en algunas de sus melodías. Si uno se pregunta cómo diablos llegó la Cumbia y se metió tan profundo en la cultura manita, habría que anotar como dato curioso que el sonido del bajo fue ocupado por un guitarrón mexicano en Los Corraleros, en sus primeras grabaciones.

Pero no es mi intención hacer una semblanza biográfica y discográfica de un combo tan complejo como el de estos sabaneros que supieron hacerle el quite a la homogenización del sonido y a la hegemonía del Festival Vallenato que había descalificado a Alfredito y al maestro Ochoa. La virtud de esta mítica agrupación es que es la heredera del sonido sabanero, de lo que García Márquez llama la escuela sabanera, que tiene por principio básico innovar, experimentar; por eso el acordeón en manos de un sabanero, de un montemariano, de un ribereño, tiene una interpretación diferente, fresca. Este sonido se aparta del vallenato, es diferente, está proscrito del Festival Vallenato; pregúntenles a Otto Serge y a Rafael Ricardo, el lado vallenato del  sonido sabanero. Alfredo Gutiérrez es todo un fenómeno al interior de Los Corraleros y su concepto. Según el periodista Alfonso Hamburger, Alfredito introduce los uniformes, las coreografías y todo un arsenal de efectos y virtuosismos del elemento invasor en esa música: el acordeón, amén del timbal y el sabor del Caribe antillano.

Para comprender y aprehender el sonido de Los Corraleros habría que disponer de mucho tiempo y de un folclorista para no perder detalle. Es inevitable reconocer que fue concebido como un proyecto comercial, como la Fania All Stars, pero sin dejar el patio de la casa, como dice el poeta Héctor Rojas Herazo; con esas influencias de la ribera del Sinú, del Guararé panameño, salpicado por el género del vallenato. Porque estos personajes no necesitaban venderse al sonido de moda, pero sí coquetearle descaradamente como en “El mondongo”, salsa picosa, obra maestra donde el acordeón, nuevamente, hace de las suyas en terrenos que hasta ese momento le eran ajenos.

En un momento de angustia y auto represión por mis taras musicales se me ocurrió consultarle a uno de mis amigos que se mueve en el circuito del rock bogotano: ¿y su merced, qué piensa? La respuesta me dejó tranquilo:

“Una chimba, parce. Los vi una vez en Antifaz de la 60, ahí al lado de Invitro. Una cosa de locos, porque eso es mucho rock and roll; cuchos bailando solos, uno se sabe los temas, los pitos son muy pesados, mucho voltaje. ¿Que qué opino? Que son banda sonora de mis papás y abuelos, que los han bailado tanto que los hits de Los Corraleros ya vienen en los genes de uno. Y es mucho rock and roll, por ejemplo el inicio del “Festival en Guararé”, una guitarra eléctrica y un poquito más punkero y podría poguearse; y el coro de “Los sabanales” no tiene nada que envidiarle a cualquier canción corta-venas de Bunbury o de Calamaro. Y cada hit de ellos tiene cosas increíbles. En serio que a mí sí me gustan…” Si lo dice Joaquín Galenao “Jack”, el trombonista de Skampida, puedo tener tranquilidad y no sentirme tarado.

Me dediqué a escuchar Los Corraleros de Majagual, a leer dónde queda la población, por qué es tan importante para la música, y entendí por qué me gustan tanto, por qué me simpatizan Otto Serge y Rafael Ricardo, por qué poetas como Gómez Jattin los nombra en su poema “Apacibles”, aparecido en su libro Del Amor (1982-1987):

(…) Te voy a regalar un
par de palomas guarumeras  Son moradas
Como el caimito  Cántate la canción que Alfredo
les hizo

Y seguí con curiosidad y satisfacción el recorrido de sus miembros más notables. En primerísimo lugar de Alfredito Gutiérrez y su desbandado virtuosismo que lo lleva a interpretar el acordeón con los pies; de Lisandro Meza, quien arrasa en ventas y popularidad en México, Centro América y Venezuela y favorito de Los Aterciopelados (Baracunátana); de Calixto Ochoa, grato recuerdo de mi infancia con el cañonazo de “El Africano”, reencauchado por La Sonora Dinamita por allá en 1982 y un poco después por Wilfrido “El Grande”; y claro, de Fruko, quien entró siendo el percusionista casi mascota de esta banda de revolucionarios del sonido nacional y resultó siendo el más grande salsero, declarado en Nueva York por la comunidad newyorican como el director de la mejor banda del mundo de salsa, en 1976. Así cómo no enamorarse de un sonido, así las malas lenguas lo tachen de vallenato, de raspa, de chucu-chucu. La próxima navidad ya no voy a reñir con mis vecinos por la distorsión, más bien vamos a brindar juntos y a comer sancocho a media noche al son del XV Festival en Guararé.

2 comentarios:

  1. La música es pura emoción, pura creación como la literatura.
    ¡Orlando!, somos un grupo de estudiantes de la Universidad Distrital de 7mo semestre y después de leer lo que contiene el blog, queríamos saber si es posible que colabore con una pequeña entrevista acerca de la lectura y la escritura.
    ¡Gracias!... Esperamos su pronta respuesta.

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    1. Muchas gracias por tomarse el tiempo de leerme, espero que haya sido y siga siendo una experiencia de su agrado. Estaré muy complacido en ayudarlos en lo que pueda, por favor envíenme un correo a nosalelalunasinoparati@gmail.com contándome un poco más sobre el colectivo. Por ese medio podremos acordar los detalles para dicha colaboración. Saludos y quedo atento de su comunicación.

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