domingo, 8 de abril de 2012

Otra Semana Santa en Bogotá

Manu Chao a lápiz por la artista argentina
Belén Desmarchelier

La Semana Santa es un acontecimiento, una conmemoración que paraliza la vida social, económica y política del país, mas no la cultural. Cada dos años y desde 1988 el Festival Iberoamericano de Teatro le da un tono carnavalesco a la Semana Mayor, como si no lo fueran ya las procesiones y las hordas de católicos corriendo despavoridos en dos direcciones precisas: el descanso y la iglesia. Precisamente en ese primer año del festival se le ocurrió a la genial y fallecida Fanny Mickey traerse la obra más polémica a nivel iberoamericano: Teledeum, del grupo brasileño Ornitorrinco. Bajo la dirección de Caca Rosset, la puesta en escena es una desenfadada crítica a los medios y su mejor excusa es la transmisión de una ceremonia litúrgica; dadas las condiciones, empiezan a desfilar una serie de  jerarcas eclesiásticos mostrados como seres comunes y silvestres, hasta vulgares si se quiere. Como consecuencia de la presentación de tan desfachatado grupo con obra tan agresiva en plena semana de Pasión, se produjo un virulento ataque de las autoridades católicas, la mayoría de ellos octogenarios radicales irreductibles.

Teledeum se presentó, el festival llega ahora a su decimotercera versión y Bogotá ha implementado una tupida agenda cultural que no descansa a lo largo de los doce meses del año. Existe un festival alternativo y la rumba no para ni el Viernes Santo. Este año la Plaza de Bolívar sirvió como marco para el pre-lanzamiento de la nueva imagen de Canal Capital en un concierto que convocó cerca de sesenta mil personas, reunió cuatro bandas representativas del sonido bogotano y cerró con uno de los genios indiscutibles del rock alternativo de estas latitudes.

Skampida es una banda que en su nombre resume su sonido: es cataclísmico, una avalancha de energía y denuncia. Vital, deslenguado y plagado de figuras retóricas y guiños del lenguaje bogotano, es una verdadera diferencia en el ya saturado sonido urbano de nuestra metrópoli. Corta presentación donde se evidenció una falla del sonido: no logró la potencia requerida ante semejante espacio y masa de asistentes. En seguida se subió a la tarima Nawal,  famoso grupo de reggae que corría el mismo riesgo de las demás bandas de dicho género de no ser por los cambios y la introducción de un sonido electrónico que le da un rumbo diferente, despegándose de los acordes ya tan trillados de esta corriente afroantillana. Vino entonces La Etnnia, pioneros absolutos del hip-hop santafereño (hablando de la ciudad, no de la barra brava), dueños del beat del sur (-oriente, -occidente, -sur), amos de la rima de denuncia y la tendencia gangsta, e hizo vibrar hasta a los metaleros al ritmo de sus canciones descarnadas, reales. Es real, real 5-27… Para sorpresa de muchos la convocatoria de este grupo es multitudinaria, el hip-hop se consolida en Bogotá.

Para cerrar la tanda local se presentó La Derecha, la banda del multifacético Mario Duarte, uno de los pilares del rock bogotano y, me atrevería a decir, del sonido nacional. Después de muchos años de ausencia regresaron y no para repetir hasta el cansancio y en todas las versiones posibles la única canción que les pegó en la radio, sino para presentar un nuevo álbum que desborda un sonido auténtico, rock and roll bogotano hecho con el corazón, con profesionalismo, por rockeros de verdad. No tengo nada más por decir.

Finalmente, y después de seis horas de espera, incomodidades, pésima comida y no voy a recaer en los olores, Manu Chao iluminó la noche con su presencia; sus fieles músicos Garbancito y Madjid Fahem acompañaron su música del reciclaje y la abarrotada plaza vibró con los temas de veinte años de carrera. Manu Chao es un artista que respeta a su público, que se entrega, y esto se vio reflejado en la magna presentación que realizó durante casi dos horas y media. Ahora, sería bueno recordar que la primera presentación en la ciudad de este franco-español fue con su banda Mano Negra a mediados de abril de 1992, dentro de la programación del III Festival Iberoamericano de Teatro, un domingo, en ese mismo escenario. Hacía sol y fue un atardecer fresco.

Hasta aquí las buenas nuevas, los gloriosos. Ahora vienen los dolorosos, para usar términos de iglesia. La presentación se vio deslucida por unos cuantos factores: el sonido fue insuficiente y en algunas ocasiones pésimo, sigue sin existir un profesional o un gremio que brinde óptimas condiciones en el vatiaje y ecualización. Pero esas son minucias, el verdadero problema fue la carnicería entre las tristemente célebres barras bravas de dos caducos equipos como Santa fe y el Club Deportivo Los Millonarios. Pero ya hay entidades encargadas de ponerlos a hablar, de cambiarles los cuchillos por camisetas, en fin. El problema real radica en los controles policiales; dos anillos de seguridad, prohibición de entrar comida, cigarrillos y encendedores, fósforos, cinturones de chapa y hasta el popular bom bom bum fue víctima del control por parte de las fuerzas. Pero después de las dos y treinta de la tarde empezó a fluir un caudal amazónico de botellas de 335cc de aguardiente de todas las marcas disponibles en el mercado. ¿Cómo, con tantas exigencias de la policía, hay un promedio de media botella de trago por cada cinco asistentes?

Los controles están enfocados en encontrarle el cacho de marihuana al rockerito, al rastafari, al alternito; a que no pasen papeletas de cocaína o bazuco entre los sándwich de jamón y comapán; a proyectar una imagen de eficiencia y alta calidad del servicio. Pero, ¿y entonces? ¿De dónde salieron las armas blancas que aparecen en los videos? ¿A quién se le ocurre dejar pasar banderas y casacas de equipos, perfectos incentivos para la batahola? Las fuerzas policiales bogotanas están enfermas. De corrupción, de desidia, de pereza. Los dirigentes están distraídos en otras prioridades. Me pregunto cuáles, pues la ciudad se derrumba y nosotros de rumba. Lástima, después resultan los menos tolerantes diciendo que eso no es cultura. La vaina es que la cultura va de la mano de la educación y entra mejor si la gente no tiene hambre ni miedo y vive en un lugar seguro.

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