domingo, 1 de abril de 2012

Confesiones de un rockero

"I was a rich man plaything",
collage de  Eduardo Paolozzi

El barrio Galerías –antiguamente conocido como Sears ya que un punto de la prestigiosa cadena fungía de epicentro de las actividades del naciente barrio–, siempre ha sido uno de los sitios preferidos por mis amigos y por mí mismo para vivir una que otra temporada. Uno de esos amigos, denodado camellador y cultor absoluto de la música afroantillana, me invitó en estos días, un viernes de rojo intenso por la contaminación y el calentamiento global, a conocer su aparta-estudio. Mientras lo esperaba frente a la monstruosa papelería con ímpetus de Office Depot, observé entre aterrado y divertido una serie de jóvenes ataviados al mejor estilo de Rick Askley, copias perfectas de las pintas de los personajes adolescentes de una serie que se llamaba Dejémonos de vainas. En otras palabras viajé en el tiempo y me vi lanzado sin previo aviso a mediados de los años ochenta del siglo XX.

Ya de madrugada, de regreso a mi hogar, seguían repitiéndose las imágenes de aquellos años turbios de la última veintena del siglo pasado. Colombia era un punto rojo en el mapamundi por múltiples hechos de violencia, corrupción y catástrofes naturales; Centroamérica ardía aún más, y Estados Unidos se sentía –se siente– plenipotenciario capaz de solucionarle los problemas a todo el mundo: Nicaragua, Nigeria, la isla de Granada, Panamá y, claro, la juventud. Entre las muchas soluciones que brindaba el imperio estaba MTV, Music Television, con todo el contenido de la música pop en inglés para gloria y gozo del mundo entero. Pero vamos por partes, como decía Jack el decimonónico.

Bien es sabido que el ser humano tiene una compulsión maniaco-obsesiva por etiquetar, rotular y asignarle un nombre a cada una de las cosas, fenómenos y acontecimientos que atraviesan su paso por este valle de lágrimas. Entonces hay una clara división entre el concepto, la historia y las manifestaciones del pop y el rock. Y muchas más al interior de cada uno de estos géneros musicales: por ejemplo The Beatles es rock, pero lo es también Marilyn Manson. Para los más puristas el jazz es música popular, y si alguien me pudiera decir a qué genero pertenece Jean-Michel Jarre, estaré agradecido. Pero él también es pop.

En ese entonces (mediados de los ochenta), como buen adolescente, consumía absolutamente todo lo que la radio y la televisión pudiesen ofrecerme. Ya hablaba en algún texto anterior de la labor de Radio Tequendama en la difusión de la música en inglés, pero es pertinente anotar que no sólo programaban música anglo, la vaina era miti-miti con lo que ahora se conoce con el infame apodo de “plancha”, antes balada, y según un antiguo administrador de Discos Bambuco, canción. Canción española: Rocío Jurado; canción argentina: Nino Bravo; canción venezolana: José Luis Rodríguez “El Puma”, y así… Como el tiempo todo lo corrompe, la canción se fue desvaneciendo y vino a ser reemplazada con el adefesio denominado pop latino. Adelante, la puerta está abierta. Es por eso que ahora, una vez declarado rockero, mi pareja me sorprende preparando el almuerzo mientras escucho en mi dispositivo Black Sabbath seguido de Valeria Lynch.

Pero hay un segmento concreto que me llama poderosamente la atención: entre 1984 y 1987 el panorama musical anglo estaba dominado por cuatro o cinco figurillas que permanecieron en la memoria hasta estos aciagos tiempos: Prince, Tina Turner, Withney Houston,  todos ellos morenazos, y dos jovencitas que, como la mayoría de los neoyorkinos, descienden de los barcos: Madonna y Cindy Lauper. De Michael Jackson sería poco lo que mi pluma pudiera aportar.

Sería largo, inútil y doloroso tratar de recordar cuál fue el primero de ellos en empezar a polucionar las cintas de mi padre; ahora que lo pienso regrababa las canciones de Radio Tequendama o Todelar Stereo encima de las rancheras, boleros y tangos que ahora alterno en las largas horas de discusión y estudio con mis allegados. Pero comenzar con Prince me parece indicado. El mundo estaba conmocionado con la aparición de este artista extravagante, multi-instrumentista, ambivalente en su orientación e identificación sexual que había sido capaz de ganarse el Grammy y el Oscar a mejor canción el mismo año a partir de una película escandalosamente autobiográfica. No sé qué más decir. La atmósfera viciada que invoca “Purple rain” es algo de lo que no me he podido recuperar, la avalancha de sentimientos que desborda la voz y la guitarra desenfrenadas del señor Prince Rogers Nelson son muestra de su virtuosismo interpretativo. “When doves cry” no es otra cosa que un sublime himno erótico, donde el sintetizador es aprovechado al máximo, creando casi que un sonido generacional.

Entre Madonna y Cindy Lauper se creó un suerte de rivalidad. Aunque Madonna no nació en Nueva York, se instaló allí desde 1977 y cuando se trepó a las listas había creado un estilo que revertía el orden de las prendas de vestir, se saturaba de cadenas y crucifijos, un poco heredando la parafernalia rock y punk y con unas letras honestas, directas, sentimentales. Cindy Lauper, en cambio, era la parte adolescente del asunto. Entonces, “Papa don´t preach” estaba a la par y casi en contra punto de “Girls just wanna have fun”. Qué rosa, pero funcionaba y funciona. Aunque Madonna dejó años luz atrás a Cindy Lauper, las dos siguen sonando y van de gira y se mantienen sensuales, actuales.

Withney Houston es un sabor agridulce en estas líneas escritas con el walkman en la mano. Nunca la más cara de mis afectos mas sí de los que me rodeaban, rehusé con ahínco ir a ver El guardaespaldas con Kevin Costner como el agente especial Kevin Costner, y destruí con placer la banda sonora cuando dejó de significar algo en alguna relación. Pero escuchando atentamente sus canciones sin la presión de la publicidad y el ranking, se descubre una voz digna de su linaje. Hay que recordar que su madre y sus primas pertenecieron a la élite del soul y su madrina fue la célebre Aretha Franklin. Pero mayor sorpresa tuve cuando leyendo a Brett Easton Ellis, descubrí todo un apartado sobre la Houston, recomendado para sus horas de ocio; pero recuerde American Psycho es de esas novelas que hay que leer antes de que se coagulen.

Finalmente, una de las voces más poderosas del rock-pop (si tal cosa existe), y el par de piernas más recordadas desde los años sesenta hasta el momento. Señoras y señores: con ustedes Tina Turner. Hay que ver cómo se conserva, ya es septuagenaria y sigue azotando baldosa como si nada. Sus gritos de amor herido acompañaron las primeras tragedias sentimentales de toda una generación. “Private dancer”, sensual canción para los más osados y, claro, “We don´t need another hero”, puro rock and roll. Lo admirable de Tina es su propia historia, que vinimos a descubrir en la dramática cinta Tina, del director Bryan Gibson, donde Laurence Fishburn interpreta a un Ike brutal, despiadado. Se pregunta uno de dónde sacó fuerzas para regresar y dejar una impronta tan profunda en la música norteamericana. Si quiere respuestas basta con escuchar “What’s love got to do with it”, el desamor puede ser un arma poderosa.

La moda volvió porque así es la moda. La música, la verdadera música jamás se va. Los ochentas llegaron para quedarse, al menos mientras exista alguien que siga respirando el aire de esos años caóticos, memorables.

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