"I was a rich man plaything", collage de Eduardo Paolozzi |
El barrio Galerías –antiguamente conocido como Sears ya
que un punto de la prestigiosa cadena fungía de epicentro de las actividades
del naciente barrio–, siempre ha sido uno de los sitios preferidos por mis
amigos y por mí mismo para vivir una que otra temporada. Uno de esos amigos,
denodado camellador y cultor absoluto de la música afroantillana, me invitó en
estos días, un viernes de rojo intenso por la contaminación y el calentamiento
global, a conocer su aparta-estudio. Mientras lo esperaba frente a la
monstruosa papelería con ímpetus de Office
Depot, observé entre aterrado y divertido una serie de jóvenes ataviados al
mejor estilo de Rick Askley, copias perfectas de las pintas de los personajes
adolescentes de una serie que se llamaba Dejémonos
de vainas. En otras palabras viajé en el tiempo y me vi lanzado sin previo
aviso a mediados de los años ochenta del siglo XX.
Ya de madrugada, de regreso a mi hogar, seguían
repitiéndose las imágenes de aquellos años turbios de la última veintena del
siglo pasado. Colombia era un punto rojo en el mapamundi por múltiples hechos
de violencia, corrupción y catástrofes naturales; Centroamérica ardía aún más,
y Estados Unidos se sentía –se siente– plenipotenciario capaz de solucionarle
los problemas a todo el mundo: Nicaragua, Nigeria, la isla de Granada, Panamá
y, claro, la juventud. Entre las muchas soluciones que brindaba el imperio
estaba MTV, Music Television, con todo el contenido de la música pop en inglés para gloria y gozo del
mundo entero. Pero vamos por partes, como decía Jack el decimonónico.
Bien es sabido que el ser humano tiene una compulsión
maniaco-obsesiva por etiquetar, rotular y asignarle un nombre a cada una de las
cosas, fenómenos y acontecimientos que atraviesan su paso por este valle de
lágrimas. Entonces hay una clara división entre el concepto, la historia y las
manifestaciones del pop y el rock. Y muchas más al interior de cada
uno de estos géneros musicales: por ejemplo The Beatles es rock, pero lo es también Marilyn Manson. Para los más puristas el jazz es música popular, y si alguien me
pudiera decir a qué genero pertenece Jean-Michel Jarre, estaré agradecido. Pero
él también es pop.
En ese entonces (mediados de los ochenta), como buen
adolescente, consumía absolutamente todo lo que la radio y la televisión
pudiesen ofrecerme. Ya hablaba en algún texto anterior de la labor de Radio
Tequendama en la difusión de la música en inglés, pero es pertinente anotar que
no sólo programaban música anglo, la vaina era miti-miti con lo que ahora se
conoce con el infame apodo de “plancha”, antes balada, y según un antiguo administrador de Discos Bambuco, canción. Canción española: Rocío Jurado; canción
argentina: Nino Bravo; canción venezolana:
José Luis Rodríguez “El Puma”, y así… Como el tiempo todo lo corrompe, la canción se fue desvaneciendo y vino a
ser reemplazada con el adefesio denominado pop
latino. Adelante, la puerta está abierta. Es por eso que ahora, una vez
declarado rockero, mi pareja me
sorprende preparando el almuerzo mientras escucho en mi dispositivo Black
Sabbath seguido de Valeria Lynch.
Pero hay un segmento concreto que me llama
poderosamente la atención: entre 1984 y 1987 el panorama musical anglo estaba
dominado por cuatro o cinco figurillas que permanecieron en la memoria hasta
estos aciagos tiempos: Prince, Tina Turner, Withney Houston, todos ellos morenazos, y dos jovencitas que,
como la mayoría de los neoyorkinos, descienden de los barcos: Madonna y Cindy
Lauper. De Michael Jackson sería poco lo que mi pluma pudiera aportar.
Sería largo, inútil y doloroso tratar de recordar cuál
fue el primero de ellos en empezar a polucionar las cintas de mi padre; ahora
que lo pienso regrababa las canciones de Radio Tequendama o Todelar Stereo
encima de las rancheras, boleros y tangos que ahora alterno en las largas horas
de discusión y estudio con mis allegados. Pero comenzar con Prince me parece
indicado. El mundo estaba conmocionado con la aparición de este artista
extravagante, multi-instrumentista, ambivalente en su orientación e identificación
sexual que había sido capaz de ganarse el Grammy y el Oscar a mejor canción el
mismo año a partir de una película escandalosamente autobiográfica. No sé qué
más decir. La atmósfera viciada que invoca “Purple rain” es algo de lo que no
me he podido recuperar, la avalancha de sentimientos que desborda la voz y la
guitarra desenfrenadas del señor Prince Rogers Nelson son muestra de su
virtuosismo interpretativo. “When doves cry” no es otra cosa que un sublime
himno erótico, donde el sintetizador es aprovechado al máximo, creando casi que
un sonido generacional.
Entre Madonna y Cindy Lauper se creó un suerte de
rivalidad. Aunque Madonna no nació en Nueva York, se instaló allí desde 1977 y
cuando se trepó a las listas había creado un estilo que revertía el orden de
las prendas de vestir, se saturaba de cadenas y crucifijos, un poco heredando
la parafernalia rock y punk y con unas letras honestas, directas,
sentimentales. Cindy Lauper, en cambio, era la parte adolescente del asunto. Entonces,
“Papa don´t preach” estaba a la par y casi en contra punto de “Girls just wanna
have fun”. Qué rosa, pero funcionaba y funciona. Aunque Madonna dejó años luz
atrás a Cindy Lauper, las dos siguen sonando y van de gira y se mantienen
sensuales, actuales.
Withney Houston es un sabor agridulce en estas líneas
escritas con el walkman en la mano.
Nunca la más cara de mis afectos mas sí de los que me rodeaban, rehusé con
ahínco ir a ver El guardaespaldas con
Kevin Costner como el agente especial Kevin Costner, y destruí con placer la
banda sonora cuando dejó de significar algo en alguna relación. Pero escuchando
atentamente sus canciones sin la presión de la publicidad y el ranking, se
descubre una voz digna de su linaje. Hay que recordar que su madre y sus primas
pertenecieron a la élite del soul y
su madrina fue la célebre Aretha Franklin. Pero mayor sorpresa tuve cuando
leyendo a Brett Easton Ellis, descubrí todo un apartado sobre la Houston,
recomendado para sus horas de ocio; pero recuerde American Psycho es de esas novelas que hay que leer antes de que se
coagulen.
Finalmente, una de las voces más poderosas del rock-pop (si tal cosa existe), y el par
de piernas más recordadas desde los años sesenta hasta el momento. Señoras y
señores: con ustedes Tina Turner. Hay que ver cómo se conserva, ya es
septuagenaria y sigue azotando baldosa como si nada. Sus gritos de amor herido
acompañaron las primeras tragedias sentimentales de toda una generación. “Private
dancer”, sensual canción para los más osados y, claro, “We don´t need another
hero”, puro rock and roll. Lo
admirable de Tina es su propia historia, que vinimos a descubrir en la
dramática cinta Tina, del director
Bryan Gibson, donde Laurence Fishburn interpreta a un Ike brutal, despiadado.
Se pregunta uno de dónde sacó fuerzas para regresar y dejar una impronta tan
profunda en la música norteamericana. Si quiere respuestas basta con escuchar “What’s
love got to do with it”, el desamor puede ser un arma poderosa.
La moda volvió porque así es la moda. La música, la
verdadera música jamás se va. Los ochentas llegaron para quedarse, al menos
mientras exista alguien que siga respirando el aire de esos años caóticos,
memorables.
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