"Campbell's Soup Cans", Andy Warhol |
El ser humano contemporáneo está sometido a un
continuo bombardeo de los medios masivos de comunicación; pero, en estricto, lo
que agobia el existir del ciudadano es la publicidad, la propaganda, las
campañas de expectativa. Al sentarse una tarde cualquiera a dilapidar horas,
neuronas y robarle tiempo de calidad a los seres queridos, se encuentra el
televidente con una ráfaga de mensajes equívocos, mal armados, tendenciosos y
alienantes. La publicidad es el brazo armado y contundente del capitalismo. No
voy a ahondar en teorías ni en conceptos de su necesidad o no. Pero cuando el
televidente prende sus alarmas y se detiene a analizar el contenido de algunos
comerciales puede quedar absorto, sorprendido y hasta indignado.
Los publicitas colombianos son ingeniosos, tienen un
sentido del humor a toda prueba, pero también usan todas las herramientas de la
seducción y el engaño que forman parte de su pénsum académico. Davivienda
lideró este tipo de publicidad, pero como dijo un viejo compañero de causa
cuando le preguntaron por el motivo de cancelación de su cuenta de ahorros:
“No, me di cuenta de que mi dinero está en el lugar equivocado”. Y es que el
trato por parte de la burocracia bancaria con el sufrido cliente es ya una cuestión
de identidad, si uno deja ver la necesidad del dinero pues no se lo prestan. La
cuestión de la publicidad, decir engañosa es casi caer en la redundancia, se
remite al sistema económico que nos rige; el capitalismo busca vender, aquello
de la libre competencia fue el primer golpe publicitario. Me pregunto si el
habitante promedio se da cuenta realmente de que la competitividad se fue de
espaldas por el barranco con la aprobación del TLC.
Ahora, los engaños están en todos los niveles del mercado.
Digamos, por citar un banal ejemplo, el renglón del turismo nacional. Desde el
simple paseo de barrio en el que un grupo de vecinos reúne una significativa
cantidad de dinero y la “invierte” en su sano esparcimiento en uno de los
cientos de balnearios cercanos y no tan cercanos de la ciudad. Para empezar hay
que estar pendiente de que el sitio elegido no tenga un enorme cartel donde en
letra pequeña se anuncie su encantador estilo rústico, traducción: el sitio no
cuenta con baterías de baño y la piscina es de río. Si el paseo anuncia
espectacular parrillada, es de esperar que esté lista cuando los paseantes
estén al borde de la inanición, requemada y con el guacamole aguado y poco o
nada picante. Y si dentro del paquete
viene anunciada la fresca idiosincrasia de sus gentes, quiere decir que hay que
aguantarse de todo porque vaya usted a saber qué le puede pasar si llega a
hacer algún tipo de reclamo. Y siendo estricto, guardando las debidas
proporciones, así pasa hasta en los planes que casi que le embuten al turista, paseante o mochilero que comete el
error de entrar a una agencia de viajes porque sale más barato y uno conoce
más. Conozco gente endeudada hasta la miseria por contratar un plan de esos con
todo incluido y no haberse detenido a leer la letra menuda donde le advierten
que si se pasa de un máximo de consumo le van a comenzar a cobrar el doble.
No se puede menos que sonreír al pensar en la
publicidad de antaño, la de la radio, hechas con un mínimo de tecnología y donde lo importante
era generar un mensaje claro, concreto, efectivo. De momento se puede traer a colación el
comercial de Dolorán, mágica pomada que promete aliviar los dolores del trágico
cotidiano como canillazos, costalazos, golpes del marido y otras contusiones
similares. El dolor le tiene miedo a
Dolorán, es el slogan que lleva cincuenta y cinco años al aire, con cinco
tomas de grabación y en la inmortal voz del doctor Cristóbal Américo Rivera, el
mismo que le sirvió de inspiración al Cuentahuesos para darse a conocer como
Alerta. Y es que el comercial nunca ha pretendido vender nada más que un
ungüento tópico paliativo del dolor. No trae elementos descubiertos tras ardua
investigación como el famoso regeneris, o los miles de nombres que le ponen a
los pro-bióticos, curiosos bichos de la flora intestinal, que terminan por
confundir y arruinar a los padres que se ven obligados a comprar el producto
cuya campaña haya sido más efectiva entre los niños que están convencidos de
que el regeneris los va a hacer superhéroes. Y los trucos de prestidigitación
no terminan aquí.
Hace unos días escuchaba sobre un producto soluble,
complemento alimentario que al ser consumido aporta un 80% del contenido
proteínico de un huevo. Aproximado, el 80%. Digo, ¿no resultaría más efectivo
comprar una docena de huevos y acudir al ingenio (que es gratuito) para lograr
los resultados que promete el anuncio: el bienestar de sus hijos? Pero el
tejemaneje de la publicidad es un asunto intrincado y paradójico. La estrategia
de la Radio Cadena Nacional es más preocupante aún. ¿Recordará la gente la
explotación inmisericorde que dicha empresa hizo con la figura del Sonero
conocido en vida como el Joe Arroyo? –Ahora que llamé la atención de más de
uno, me permito informarles que uso la palabra Sonero para referirme al Joe
pues él se inventó un estilo musical conocido como el joesón. De todas las maneras imaginables se
comercializó con la figura del barranquillero de la voz de oro, de los efectos
incorporados, de la humildad hecha cantor. Y después se hacían conciertos con
el elenco del culebrón que se le inventaron encima de su vida atormentada y borrosa
por el bazuco y la farra, conciertos promocionados como la profunda
preocupación de los empresarios y comunicadores por el pueblo raso que tanto
ama a sus ídolos. Publicidad casi gratuita, masiva y supremamente efectiva fue
lo que dejó de preocupar a los mercantilistas comunicadores insignia de nuestro
país. Si alguien osa hacer comparación con El
show de las estrellas del Don, Jorge Barón, tengo que referirme a que sus
conciertos llegan a ignotos rincones de nuestra geografía, a donde los exploradores
de Nat Geo abominarían ir; a que promociona todo tipo de productos, desde las
aguas negras del capitalismo yanqui hasta los productos con nombre de señor
tendero: Ajiaco Instantáneo don Joaco, por ejemplo. Y, por lucrativo que
parezca el negocio, en estricto, este señor tiene más responsabilidad social que
los monopolios. Agüita pa’ mi gente.
Pero la embestida final de la publicidad son los
infomerciales y las televentas. No ha habido una alienación en masa tan atortolante
desde la subida del nazismo al poder en Alemania a finales de los años treinta
del siglo XX. En casi todas las casas hay productos adquiridos luego de
enajenarse unos minutos frente al televisor; todos prometen curas milagrosas,
cocciones perfectas, súbitas y perpetuas bajadas de peso, soluciones prácticas
y a bajo costo de casi todos los retos del bricolaje y, en fin, el paraíso del
consumista. No se les puede acusar de estafa, pero es que, aquí aviso para
ingenuos, las curas milagrosas no existen, aún no se ha inventado una crema
antiarrugas que sirva, y casi todos los tratamientos para adelgazar incluyen
dieta, ejercicio y un estricto control médico y nutricional. Entonces, los
aparatos de ejercicio, las cremas, los solubles, las prendas mágicas y todas
esas chucherías carísimas terminan al fondo del armario, debajo de un catre o
en la casa de un familiar tan ingenuo como el que compró alguno de ellos.
La publicidad como tal es un área del conocimiento
bien interesante; una estrategia que sin llegar a los extremos puede ser
utilizada como arma política, educativa y de difusión. Pero el problema radica
en el uso que se ha hecho por parte del sistema. Es alienante, engañosa, crea
necesidades, falsas expectativas. Sigo pensando en un artículo aparecido hace
unos años en El Tiempo (otros publicistas políticos buenísimos) donde hablaban
de productos de las Pymes que lograban un escaño importante en la economía
nacional, y en buena parte se debía a la publicidad de sus productos. Para la
muestra un par de joyas: Ricostilla y Doña Gallina, productos deshidratados que
hacen las delicias del estrato uno y le saca canas a Knorr, Maggi y otras
competencias del sancocho. Sigo pensando en los productos naturales, los
extractos de sábila, de sauce llorón,
jarabes y pólenes que acuden a una publicidad sencilla, folklórica,
auténtica como Dolorán. Sigo pensando que la publicidad está en el lugar
equivocado, en un momento oscuro y en manos peligrosas.
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