"New Years Eve in Dogville", Cassius Marcellus Coolidge |
Desde tiempos inmemoriales el hombre, la mujer, los
niños y niñas han tenido una fascinación irresistible por los animales; desde
los taurófilos, cirqueros y traficantes que ven en los bichos un lucrativo
negocio, hasta la nena consentida que estrangularía a su madre por un tierno
gatito. Y la inclinación por los animales nos impulsa a humanizar sus
comportamientos. Pero el problema es que los seres racionales, en nuestra
soberbia exacerbada, tenemos la firme convicción de que la ausencia de pulgar
oponible le impide a los animales desarrollar malicia, suspicacia, picardía.
Soy consciente de que biólogos, zoólogos y etólogos se me van a venir encima
argumentando la osadía de meterme en un tema tan complejo como el
comportamiento animal. Pero como soy terco como una mula y hablo como una lora,
me limitaré a decirles que lo que quiero plasmar aquí es una suerte de
bestiario-anecdotario.
Hace unos años en el inmenso campus de la Universidad
Nacional de Colombia existieron dos animalitos de ingrata recordación entre los
estudiantes de esa época. Según una fuente de altísima fidelidad se trataba de
un burro comelón y un caballo mordelón. El primero de estos se dedicaba a
recorrer, pacientemente, cada una de las cafeterías al aire libre de la
universidad y sus potreros aledaños, oteando parejas de enamorados, gente
colgada en trabajos o en el peor de los casos a algún atarantado que se embelesaba
con las compañeras y ¡zuás! había que olvidarse del sándwich, la hamburguesa o
el paquete de frituras que la víctima distraída estuviese merendando. El
borrico complementaba su pobre ración asignada en zootecnia con las onces del
estudiantado. El otro equino parece que detestaba con odio radical a los
poetas, filósofos, economistas, sociólogos o ingenieros que evidenciaran sus
profundas inquietudes académicas murmurando consigo mismos o mirando
concentrados al piso. Se acercaba, entonces, con el sigilo de un agente del
departamento secreto de los Estados Unidos, y de la misma manera traicionera,
hartera, asestaba unos soberanos mordiscos en el hombro del cavilante como
diciéndole: ¡reaccione compañero!
Por esa misma época uno de mis arrendatarios, de cuyos
comportamientos y costumbres quisiera olvidarme, se deslizaba de manera ladina
junto a su novia, en pleno horario laboral, cualquier día de la semana, y se
dedicaba a las sabrosas prácticas amorosas el resto del día. Clandestino como
era mi inquilino, jamás habría de ser descubierto de no ser por Dudamel, el
loro de mi mamá que se las pillaba todas y arrancaba a reír de manera casi
lujuriosa durante la estancia de los amantes. Se voló dos meses después, el
arrendatario, sin pagarme el alquiler y dejando a la niña con un recuerdo
indeleble en su corazón y en su fértil vientre. Dudamel murió de viejo, virgen,
y a mí también me arruinó un par de programas. Las mascotas muchas veces se
convierten en el origen de misterios e inventos de la gente.
Otro delator que hubiese hecho las delicias de
cualquier dictadura era Punkie, maldito traidor que vino a parar en el hogar de
mi fisioterapeuta. Para comenzar hay que decir que este anarco degenerado
pertenecía a la raza de los schnauzer, el escándalo le venía más de cuna que de
género musical. Descubrió este bicho alternativo que cuando se apagaba la
actividad del edificio existía una manera de reactivar los diálogos, los ruidos
y el caos generalizado que lo apasionaba: delatar a los infieles y beodos que
arribaban al sitio después de la una de la madrugada. Parece ser que Punkie fue
el causante de más de un divorcio, de que mi fisioterapeuta fuera a un
sicoanalista y de que la inmobiliaria
que arrendaba en este edificio quebrara; ¡buena, mi Punkie!
Un día me encontré con la ausencia de un billete de
esos que casi nadie ve excepto en los días de paga y que al día siguiente
empieza a fraccionarse como un tiesto roto e irrecuperable. Mi entorno es
absolutamente socialista y vertical. Sin embargo, pensé en una ligereza de mi
compañera y que se había dado algún lujito con el papel moneda en cuestión sin
avisarme. Al tercer día de la desaparición mi señora entró al estudio fúrica,
desencajada por la indignación; ¿cómo era posible que yo hubiera aprovechado su
cartera abierta y le hubiese sacado dos billetes, de menor denominación y no
por eso menos pérdida? Yo estaba perplejo, a la empleada también se le había
envolatado el billetico del bus. Después de una exhaustiva investigación y más
de una desvelada pensando en espíritus chocarreros, malas influencias y miradas
sospechosas entre nosotros, descubrimos que a Ónix, el gato cachorro, le
encantaba husmear en cuanto cajón, cartera, mesita encontrara abierta y se
llevaba los billetes para ponerlos debajo del cojín del patio. Cuando los
encontramos le dimos un subsidio a la empleada y nos fuimos a comer a Andrés C.
Extendiéndome un poco en este recorrido por los
extraños comportamientos de los seres irracionales debo remitirme, como
reconocimiento a la vida salvaje, a un animalito especialmente mañoso y bandolero:
el macaco, quien casualmente resulta ser uno de nuestros primos más cercanos y
por tanto una bestezuela bastante interesante. En el parque Jigokudani, en el
Japón, los macacos aprendieron a sumergirse en las aguas termales durante los
crudos inviernos como cualquier primo Nule en desgracia. En otra parte del
mundo los macacos rhesus, famosos por
haber colaborado en el descubrimiento de este factor que permite las
transfusiones (los humanos somos unos sangrones aprovechados), llevados a la
isla de Cayo Santiago, en Puerto Rico, se dieron cuenta de que sumergiendo las
papas con las que eran alimentados en el agua del mar, lavaban la arena y
sazonaban el insípido tubérculo que los nutría. Pero la cereza de este pastel
es que los macacos en sí mismos, en cualquier parte del mundo, a cualquier hora,
van a robar al hombre, a la primera oportunidad. Los videos pululan, además que
me parece lo más justo con el primate, el macaco.
Ya para no atosigarlos con imágenes de bestias
acosándolos como cualquier programa de NatGeo, debo referirme a ese insigne,
astuto y terrífico animal: el cuervo. En Inglaterra es común ver a estos
pajarracos prendidos de los tendidos eléctricos, cerca de los semáforos, donde
aprovechan el cambio de luz para triturar nueces y otros frutos con el peso de
los automóviles que transitan por el cruce; famosísimos ladrones, un ave
fascinada con el brillo de las joyas y orgullosa figura literaria. Puede que
haya caído en el feo vicio de la vanidad, pero me simpatiza el pajaruco.
No puedo imaginar cómo es la percepción de un animal
de la realidad; tampoco puedo creer en la absoluta irracionalidad, ni
sobredimensionar la inteligencia animal; pero, como siempre, he quedado
inquieto, sorprendido con este hermoso, singular y contaminado planeta que
reunió las condiciones para generar este fenómeno llamado Vida.
Oiga no me gusta eso de la gente escribiendo sobre cosas que ve en el discovery channel... esa vaina ya no es exotica :(
ResponderEliminarGracias por leerme, sin embargo me permito señalar que ni Dudamel, ni Punkie, ni Ónix, así como el burro comelón y el caballo mordelón (que acabo de enterarme se llamaba Matías), jamás han aparecido en canales de cable..... mmhhh... de ser así nunca nos pagaron los derechos por usar la imagen de nuestras mascotas.....
EliminarCuando nombró al burro comelón de la nacho me vi comiendo empanadas al lado del Humbolt :D
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