Stencil de Don Chinche by Stencilrevolution |
Era una noche cualquiera, un jueves para ser exactos; una
tenue llovizna había humedecido el prado del Parque de la Independencia y la
cúpula del planetario. Puntuales como es usual, se abrieron las puertas del
auditorio Oriol Rangel para dar inicio a una de las conversaciones más
nostálgicas que yo, como escritor, televidente y bogotano, haya presenciado.
Pepe Sánchez y Héctor Ulloa se sentaron a la izquierda del escenario para
responder las preguntas de un egresado de la Javeriana que estaba más
interesado en demostrar su vasto conocimiento sobre la serie que en realidad
hacer las preguntas para develar la tras escena de Don Chinche. La mirada del director se perdía con esa tristeza por
lo ya lejano, cansada de tanto ver y mirar a través del lente, del guión, del
tiempo. El actor, que ya no es actor sino político, se sentía incómodo y hasta fastidiado de la devoción de sus
televidentes de hace tantos años. Le recomiendo que no le pida autógrafos, don
Héctor se pasa de famoso.
Don Chinche era una comedia costumbrista; una cosa que ahora resulta un tanto difícil de describir. Para comenzar hay que decir que este tipo de comedia tenía un fuerte tono picaresco, para el caso bogotano se puede traducir como el tinte humorístico de la malicia indígena, en esa medida no era caricatura sino retrato. Estaba ambientada en una ciudad que, en palabras del propio Pepe Sánchez, ya no existe. Describía las peripecias de un barrio cuyos habitantes eran cachacos de pura cepa, unos de arriba venidos a menos y otros de abajo, pero propios del altiplano, y una pujante masa migrante de la provincia, que empezaba a sobrepasar a los primeros. La jerga ha cambiado, pero como cada día me parece más, la comedia del ser humano es básicamente la misma, las pasiones, los equívocos, los chuscos chascos en los que la chichonera genera la carcajada a mandíbula batiente.
El arquetipo popular fue una cantera de la que se
nutrieron los humoristas por más de dos décadas. Sabido es que Don Chinche deriva de una comedia menos
popular en su temática y no por eso menos vista, Yo y tú. En Sábados Felices
es de grata recordación el albañil Salustiano Tapias, ruso de agudo análisis
social y político, encarnado por Humberto Martínez Salcedo, quien además tuvo
un rol importante en las primeras temporadas de la comedia en cuestión: el
maestro zapatero Taverita, español republicano en el exilio que representaba la
literatura y la filosofía en el barrio. Sin embargo, resulta curioso que para
las nuevas generaciones hoy en día el opita sea el modelo de pereza y abandono
gracias a un mal actor que popularizó la figura de Celio dormitando eternamente
en la vega del Magdalena. Por el contrario Eutimio Pastrana Polanía trabajaba
con gusto, con tesón. Igual que todos, que el paisa Güiliam Guillermo, que el
hermano de Elvia, don Floro. Curioso, ellos dos también armaron toldo aparte y
nació Romeo y buseta, otra comedia
costumbrista.
Recuerdo que un tiempo después pude ver al gran músico,
actor y boyacense de pura cepa Jorge Velosa, don Floro para los recién
llegados, Trino Epaminondas Tuta para otros tantos, hablando despreocupadamente
de sus treinta años de carrera musical. Todo cobró sentido entonces, don
Chinche, la señorita Elvia, Eutimio, doña Dorisita (cómo demonios hacía una
bonaerense para interpretar a una cachaca regia, me pregunto) doña Vicky, la
vendedora chismosa y dicharachera que es en sí misma Vicky Hernández, señora de
la actuación, don Joaco, el doctor Pardito, ese tinterillo que todos tenemos en
la familia… Todo cobró sentido. Y es que Bogotá es el crisol de razas, la cuna
de la raza cósmica de la que me hablaba un profesor liberal en la U. de la
Sabana, es el escenario de las más disparatadas aventuras de sus habitantes,
que sobreviven por pura cuestión de suerte, como me decían las 1280 almas en
mis años mozos.
Entre el año pasado y éste Jorge Velosa y Héctor Ulloa
han sido homenajeados y premiados por su labor artística. Incontables
grabaciones, conciertos, charlas, un disco infantil que es la delicia de los
promotores de lectura, hacen de este boyaco (con todo respeto) una figura
icónica de la cultura netamente colombiana. La carranga es la verdadera música
nacional. Don Chinche merece un
tratado aparte, porque no es la obra de un artista, de un actor, de un músico… Es
la obra del sentir colombiano, de la clase popular, del hombre de a píe por las desgastadas calles de la
capital a donde todos en este país del Sagrado Corazón aspiran a llegar.
Excelente punto de vista.
ResponderEliminar@Donchinche en twitter.