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"Mujer leyendo en un jardín", Henri Lebasque |
Para mi ego, mi autoestima y mi salud, ha sido un
golpe devastador pisar el temido umbral de los cuarenta años de edad. Por eso procuro olvidarme de las angustias
del cotidiano montando en bicicleta, trotando por la alameda del río Fucha y
jugando fútbol en cualquier zona verde de esta ciudad. Por eso mismo es que mi
frustración no pudo ser más grande cuando, un domingo de sol canicular, me
citaron para el cotejo del año en el Parque Simón Bolívar y todo resultó en un
chorro de babas, para citar un refrán de típico corte cachaco.
Las causas fueron múltiples, entre otras que atravesar
la ciudad en sentido diagonal es una labor ardua que demanda paciencia, y
dinero si el sujeto se moviliza en taxi. Las vías están destruidas, los desvíos
atentan contra la más simple lógica y los domingos la policía vial se toma un
descanso. Sin embargo, me llamó la atención que la gente confluía hacia el
mismo punto. Muchas personas, familias enteras, compañeros de oficina en
destartalados Renault 6, de esos para los que hay que mandar a fabricar los
repuestos, dispuestos a entregarlo todo en una serie de partidos espontáneos
(el popular picadito) cuyo premio a alcanzar es el preciado petaco de cerveza… La
masa se desplazaba feliz al Parque Metropolitano, a espantar esta tristeza de
ver la vida diaria en medio de una nube de polvo de construcción, a disfrutar
de una mañana soleada en familia, con el sancocho, todavía humeante, preparado
desde las cinco de la mañana, que llega en ollas arropadas como abuelas
enfermas para conservar el calor.
De lunes a viernes el grueso de la población bogotana
se apelmaza en los transportes públicos, batalla con el costo de la vida, con
la inseguridad, con la desconfianza en sus dirigentes, se las arregla para no
enloquecer como los osos polares en los zoológicos. Nos recuerda Desmond
Morris, autor del célebre Mono desnudo,
en su obra complementaria, que más bien habitamos un zoológico humano. El ser
bípedo que se desarrolló en las ardientes planicies africanas vive ahora
confinado en habitáculos de concreto, en caóticos centros urbanos. El bogotano
atraviesa por una de sus más profundas crisis;
moral y físicamente la ciudad está en ruinas.
Sin embargo, la gente siempre ha buscado, consciente o
inconscientemente, la manera de seguir siendo feliz, de recuperar la sonrisa
que se espanta cada lunes en la mañana cuando el despertador interrumpe el descanso
y nos tira a la brava a trabajar, a estudiar, a sobrevivir en la capital de
Colombia en la primera década del siglo veintiuno. Recuerdo entonces un par de
frases de Panteón Rococó, la banda mexicana de ska, en su canción La carencia: “pues en un mundo
globalizado la gente pobre no tiene lugar…” Sí, mucha gente de los estratos
populares asiste al Parque, pero lo hace de igual manera la clase media y no
falta el burguesito que se viene hasta Pablo VI a probar su mountain bike: el crisol de clases
colorea un parque que en área supera al Central Park de Nueva York, y el
Metropolitano es el espacio que necesita la gente en un mundo globalizado.
“Gente que siempre está laborando y su descanso lo
ocupa pa’ soñar”. Esta otra frase me remite al motivo de estas letras, de este
texto que me alumbra el fin de semana, el tiempo que desgasto en horas de
plácida lectura y escritura libre y creativa. En medio del parque me encontré a
un par de adolescentes absortos, entretenidos al tope mientras sus compañeros
se debatían casi a muerte contra un arco imaginario señalado apenas por dos
pilas de ropa, leyendo Opio en las nubes.
Entonces me puse a soñar con Pink Tomate y sus lunes ensopados en vodka, a
pensar en la avenida Blanchot que está en cualquier avenida de mi ciudad, en
los bares como La Gallina Punk que ahora no pueden vender trago cerca de las universidades
antes de las tres de la tarde porque el universitario se desempeña mejor si
toma más tarde, en los árboles sacudidos por el viento que trae los olores de
los otros apartamentos, de los viejos que se mueren abrazados a sus mascotas…
Soñé con la Plaza de Toros abandonada y un
hipódromo para pasar las delirantes tardes de derby, tardes para ser
escritas con kilométricos negros o azules, con cerveza y cigarrillos importados,
para encontrar en mitad del delirio de apostador a una Amarilla que complete
esta tarde tan difícil, tan urbana, tan cerca de las canciones de The Cure,
trip, trip, trip…
Recomiendo entonces: váyase al Parque Simón Bolívar,
vaya bien armado de tenis, de líquido, y si le pasa lo que a mí, que hayan
tantos rodillones que no lo dejen jugar, llévese Opio en las nubes y busque un urapán bien grande y déjese llevar de
la mano de Sven, de Amarilla, de las garras de Pink Tomate y de Lerner, por una ciudad que, aún en ruinas,
es la ciudad soñada.
Una deliciosa manera de tomarse el sol del conocimiento a través de un buen texto; jugar con el colorido de los diferentes tonos de verde que da el natural encanto del parque; sucumbir a la tentación de navegar en su lago a bordo de la mirada de los ojos penetrantes de su amada.
ResponderEliminarComo se puede ver, el "Simoncho" tiene lo suyo.
Interesante texto. Llegué aquí gracias a la novela de Chaparro. A pesar de que la prosa está algo cercana a la expresión del burócrata de la administración pública, me gusta el homenaje al Parque Simón Bolívar y a la lectura. No es fácil encontrar blogs que se acerquen a la ciudad a través de las letras. Veo que comienza en ésto, espero que tenga persistencia y aporte su visión sobre Bogotá durante muchos años, algo que es necesario en el ciber espacio, labor en la que muchos blogueros llevamos años dando guerra. ¡Adelante!
ResponderEliminarMuchas gracias, señor Subterráneo; tomaré atenta nota del tono burócrata que usted señala, deben ser vicios de mi primera carrera, comunicación. Su comentario me motiva sobremanera. Síga pendiente del blog, pues periódicamente estaré colgando más artículos, crónicas y textos varios sobre la experiencia bogotana y otros temas culturales...Un guiño desde la red!
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