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Óleo de Jorge Velarde |
La Universidad Nacional de Colombia es una de las más
prestigiosas instituciones de educación superior; a pesar de no haber aprobado
su examen de admisión pude hacer dos cursos libres, uno de los cuales fue faro
guía en mi posterior carrera de Literatura en la Pontificia Universidad
Javeriana. El otro me dejó una melodramática historia de amor que muy pronto
pienso vender a un canal regional para que la convierta en culebrón de media
tarde. Por esta (la primera) y muchas otras razones es que con orgullo y
desbordada alegría recibí la noticia del ingreso de mi hijo unigénito a la
mayor universidad pública del país. Hace unos días fue la semana de inducción y
el último acordamos vernos a la salida
de sus actividades. Como es usual, tomé un taxi por el corredor Norte-Quito-Sur
y llegando al mencionado lugar algo me hizo trasladarme a los tempranos años de
la década de los noventa. Había un montón, un chorro, un continuo fluir de
muchachitos ataviados de acuerdo a la parafernalia de cuanto grupo, género,
subgénero y movimiento contracultural existe.