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"Coleópsama Artis X", Omar Rayo |
La ciudad en la que habito es tan grande que es
prácticamente imposible de conocer en su totalidad. Un importante sector de la
población, la que sostiene al resto, vive en lugares localizados lo más
alejados en lo posible de su lugar de trabajo. Esto se traduce en una
sustancial reducción de su tiempo libre puesto que se les va buena parte de la
vida apretujados en alguno de los medios de transporte de esta ciudad. No tiene
el ciudadano promedio ni el tiempo, ni los medios, ni la disposición para
observar su ciudad de una manera diferente, no puede apropiarse ni de sus
espacios, ni sus escenarios cuando pasa de afán para cumplir horarios y
reglamentos que lo reducen a su mínima expresión. Hace unos años escuchaba a
alguna persona cercana a la familia decir: “es que ver películas colombianas no
tiene gracia, uno conoce todos esos sitios que muestran ahí”; es evidente que
la persona en cuestión no le daba el valor suficiente a los espacios de nuestra
patria, de nuestra ciudad, para ser específicos, como para aparecer en un film.
La gente va por la ciudad angustiada por la falta de trabajo, por la
inseguridad, por los bajos salarios, la falta de oportunidades, el desgaste
diario de sobrevivir.
Y es triste pensar en lo que se pierden los
ciudadanos, pues Bogotá es una de las ciudades con mayor oferta cultural, de
fijo e itinerante, del país. Por todas las avenidas, los principales corredores
viales, existen muestras de arte, arquitectura, cultura popular plasmada. Los
grafiteros han adornado los boquetes que dejó la construcción de las vías por
las que circulan los articulados del nefasto monopolio que ahora transporta a
mis paisanos; don Fernando donó una de sus obras para completar el parque El Renacimiento;
los contratistas que destruyeron la calle 26 se tomaron la molestia de
conservar el ala solar, del artista venezolano Alejandro Otero, obra donada por
el gobierno de la hermana República Bolivariana de Venezuela como gesto de
buena voluntad con este bendito país del café, el frijol, las esmeraldas y los
demás productos de tipo exportación. Y así, han pasado por Bogotá y han dejado
múltiples muestras nuestros más importantes artistas, y la gente (no sé, me da
la impresión) jamás repara en tal ventaja que poseemos como habitantes de este
monstruo de acero, aluminio, concreto y cables.
Bien sabido es que recorro la ciudad en mi fiel
velocípedo, el armatoste semiprofesional que me regalara el maestro Alba hace
más de veinticinco años. Bien, cuando uno se desplaza en uno de estos aparatos
tiene la grata oportunidad de ver la calle como casi ningún conductor o sufrido
usuario del sistema. Hace unos días reparé en lo que queda de un mural del
genio indiscutible de la geometría y el Optic Art en Colombia, el valluno Omar
Rayo. A finales del siglo pasado, por iniciativa de la Cámara de Comercio de
Bogotá y una serie de entidades privadas, entre las que figuraba una importante
empresa de pinturas, se contactó a una serie de artistas para decorar algunos
edificios del centro de la ciudad, especialmente la avenida diecinueve, ícono
de nuestra urbe y calle cara a mis afectos. El susodicho maestro participó con
dos espectaculares obras que daban la bienvenida al agitado sector y llevaban
por título Nudodilla y Cundinamarrum. Durante años sentí la emoción de entrar
al sector más agitado de la ciudad al ver los murales en la lejanía de la
avenida tomada a la altura de la plaza de Paloquemao, sitio propicio para
conseguir las mejores flores y yerbas de cotidiana usanza en el altiplano.
Hablar del arte en Colombia es un asunto bien
complejo. Parece ser que para el colombiano del común sólo es importante
Fernando Botero, y como el señor ha regalado su obra, ha hablado bien del país,
se codea de los poderosos y ha establecido su residencia lejos del terruño –factores
que al parecer le han dado caché a su vida y obra–, se le considera casi que el
único artista nacional. Es una calamidad, y el mejor ejemplo de la manipulación
de los medios sobre el grueso de la población. Alguien me decía que le incomodaba
la perfección matemática, lo plano y predecible de la pintura de Omar Rayo.
Palidecí de ira, pero como tratábase de una persona colega y amiga, hice caso
omiso a tan atrevido comentario. En las artes uno de los aspectos más difíciles
de abordar es el desarrollo de un estilo propio, de su consolidación y
reconocimiento; y este artista es un paradigma en la historia del arte
nacional. La geometría y la teoría del color difícilmente hallarán un expositor
mejor que el maestro de Roldanillo.
A sus dieciséis años encuentra un recorte de prensa
que anuncia un curso de dibujo por correspondencia, algo que para un joven de
provincia con sus condiciones y aptitudes resultaba poco más que conveniente.
Así, de manera poco ortodoxa, inicia su carrera en las artes. Comienza, pues, a
desarrollar una próspera trayectoria que lo lleva a distintos destinos como el
café El Automático en el centro de Bogotá, reconocida cueva de intelectuales y
artistas, y en esta época empieza la búsqueda de técnicas y materiales que
definan su obra, como el maderismo y el bejuquismo, que resultan ingeniosas y
hasta divertidas, porque el humor es fundamental en la obra del valluno, como
lo afirma Germán Rubiano Caballero en uno de sus artículos de la Historia del arte colombiano de Editorial
Salvat, obra concienzuda y amena para aprender sobre nuestros verdaderos
tesoros.
Una de las técnicas utilizadas por Rayo fue el
intaglio, que descubre casi por accidente mientras estudia en México gracias a
una beca. Sus intaglios, serie titulada de la misma manera, son de un acabado
impecable, juegos con la forma y la óptica que dejan al espectador sumido en
una suerte de ensueño, dado el juego con las líneas, el color, la profundidad.
En 1970 gana la bienal de São Paulo, uno de los eventos más importantes de la
plástica latinoamericana, en medio de una fuerte resistencia hacia la obra dado
el alejamiento del pintor con el país. Como reconocimiento a sus logros, el
municipio de Roldanillo dona un terreno para que Omar Rayo empiece una labor de
conservación de sus obras y de difusión didáctica con los jóvenes del Valle. Nace
la idea del Museo Rayo, una fundación clave en el arte nacional. En este templo
del arte y la cultura se celebra anualmente el Encuentro de Mujeres Poetas, amén
de ser epicentro de conferencias, talleres, exposiciones temporales y todo tipo
de actividades artísticas e intelectuales.
Lo geométrico en la obra de Omar Rayo está inspirado
en el arte precolombino, en los más sencillos patrones que son, en estricto, el
origen del arte. Ahora, en manos de este artista la geometría es un desafío
para la perspectiva, genera sensación de profundidad a partir de figuras
plasmadas en una superficie plana. Tremendamente afincado en el blanco y el
negro, juega con los colores cálidos, tropicales, lo que resulta en un
laberinto de línea, forma y color. Sus cuadros están cuidadosamente compuestos,
con rigurosidad, con perfecta armonía. En alguna ocasión me preguntaron por la
obra de este ínclito maestro y mi apreciación siempre va a ser la misma, Rayo
tiende a tener mucho de textil en su obra, sus formas parecen ser telas
cuidadosamente dobladas y acomodadas para placer de los sentidos, en otras
palabras, me siento abrigado, cómodo viendo la obra de Omar Rayo.
Criticado por fundar un museo para su obra con su
mismo nombre, por no estar casi nunca establecido en el país, por ser más
conocido en Nueva York o en México D.F. que en su propio terruño, este pintor,
escultor, explorador de las técnicas de la plástica nos representó con mayor
altura que muchos otros. Aunque no se ha ahondado en su faceta de escultor,
donde también hace de la geometría un reto para los conceptos y los sentidos,
es necesario reconocer que él era un artista plástico en toda la magnitud de la
expresión, un hombre profundamente comprometido con el arte, amante de su país,
de sus amigos, un compatriota que merece el título de artista nacional. Nos
abandonó en junio de 2010, víctima de un infarto fulminante que no le dio
tiempo de despedirse como se debía, dejando una impronta indeleble en la
memoria y la sensibilidad artística de los colombianos; las nuevas generaciones
lo respetan, lo recuerdan, lo que en este mundo globalizado y mediático es
importantísimo, pues la primera baja de esta ola de alienación es la memoria.
Paz en la tumba de don Omar Rayo y larga vida al arte en manos de artistas que
estén preocupados por dejar obra, memoria y no por su satisfacción personal de
ser el artista más importante de Colombia.
Felicitaciones por este blog, me parece verdaderamente excelente. En la red es ya difícil en estos días encontrar cosas de buena calidad. Muy buen artículo, además; comparto mucho de la visión expresada, y es preocupante cómo la manipulación mediática tiene la última palabra hasta en cuestiones de arte, campo en el que de fijo no tienen ni la menor idea ni la sensibilidad adecuada siquiera. Una vez más, felicitaciones por el blog, me parece muy importante el rescate de la verdadera cultura colombiana que propones desde varios de tus artículos. ¡Todos a ver la obra del maestro Rayo y del maestro Negret, recientemente fallecido!
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