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"Palomas hacia el mundo", Patricia Sánchez F. Saiffe |
Por múltiples razones existen semanas en las que me
corresponde permanecer enclaustrado entre los miles de libros que ya no caben
en la casa, entre los miles de datos que nos llegan por el correo electrónico,
ocupado en la atención a las mascotas –que son los hijos que decidimos no concebir
por nuestros propios medios– y, por supuesto, en compañía de la caja idiota que
resulta siendo un buen escape para la rutina de lunes a lunes. Y es que la
salida al centro de la ciudad, a los sectores de comercio y entretenimiento, es
la mejor terapia para el estrés, para los conflictos maritales, vivenciales,
existenciales y hasta religiosos. Los políticos no, esos hay que resolverlos
desde el intelecto y el sigilo. Como venía diciendo, es en la salida, en la
escapadita a las bibliotecas y las conferencias, donde se hallan los mejores
temas de conversación, de reflexión y hasta de polémica.
Días atrás di en participar en un coloquio de aquellos
que abarcan un tema desde distintas perspectivas y de los que sale el asistente
lo suficientemente informado de la situación actual, tanto que no le queda más
remedio que odiar al sistema y sacar plata del cajero para ir a comer algo y
distraer el malestar cultural que acaba de adquirir. Como iba un poco tarde
para una de las charlas decidí tomar un taxi que me dejara en la zona histórica
cerca de la Biblioteca Luis Ángel Arango, sede de la actividad. Por cosas del
destino traté de fotografiar desde mi transporte uno de esos animalitos
maltratados que todavía fungen como bestias de tiro. La reacción del
propietario del equino me dejó perplejo, se me figuró todo un personaje antagonista
de una película mexicana de la era dorada. Si hubiese tenido pistolón me lo
descarga completico; al alejarse con su vehículo de tracción animal comprobé que
escuchaba rancheras.
Me quedé pensando largo rato en la influencia de la
cultura mexicana, con todo lo que abarca el término cultura en nuestra
sociedad. Después de un arduo rastreo de las primeras correlaciones entre
nuestros amigos aztecas, encontré que se remontan a 1656 cuando devotos de la
advocación de la Virgen de Guadalupe deciden erigir un templo en el cerro
compañero de Monserrate, en Bogotá. Dicha construcción ha sido completamente
destruida por diferentes movimientos telúricos siendo notable el hecho de que
lo único que ha sobrevivido a esta mala racha tectónica ha sido la imagen de
yeso que se venera desde el siglo XVII. Después vendría el XIX y empezarían los
movimientos independentistas tan comunes en Latinoamérica dadas las condiciones
políticas y sociales de la época. Colombia y México tienen fechas comunes al
inicio y desarrollo de tales procesos, así como pensamientos e intereses que
forjaron paralelamente las jóvenes naciones. Pero se puede hablar de una verdadera
contribución cultural con el advenimiento del siglo XX. Para los años diez al
veinte de este siglo nuestro inmortal poeta Porfirio Barba Jacob ejerció su
oficio en el país hermano y varios más como el de periodista, editor y fundador
de diarios; allí se hizo amigo de Porfirio Díaz, por lo que tuvo que salir
huyendo a la caída de este. Desde entonces en varias ocasiones México les ha
abierto las puertas a los autores colombianos, editándolos, difundiendo sus
obras, acción que nuestro país muchas veces hace extraña para sus propios
escritores.
Claro, el tiempo no sólo no detiene su marcha sino
que, gracias a los inventos y la tecnología, parece acelerarse progresivamente.
Con el desarrollo de la industria cinematográfica mexicana, apoyada en un
sólido intercambio musical con el Caribe y América del Sur, se acentuó la influencia
de la cultura manita en nuestro país. Pero la contribución cultural mexicana
también la vemos en otros países de esta parte del continente. Nada más ver a
nuestros vecinos peruanos celebrando acontecimientos familiares con el
infaltable mariachi, eso sí afinado con pisco mas no con tequila. Resulta y
acontece entonces que la próspera industria del cine mexicano encontró en el
colombiano un atento lector de sus tramas, romances y conflictos como el rural
donde se puede ver una comedia costumbrista tipo Los hijos de María Morales (1952), dirigida por Fernando de Fuentes
y protagonizada por el carismático Pedro Infante. Llenas de artilugios,
equívocos y peripecias este tipo de películas se grabaron profundo en el
inconsciente colectivo de los colombianos. También los problemas del campesino
migrante, del ciudadano marginal fueron captados por el cine manito. Para no
abandonar al inolvidable Infante citemos acá Nosotros los pobres y su secuela Ustedes los ricos, donde se narra la historia de Pepe “el toro”,
humilde carpintero que gracias a su don de gentes se convierte en el defensor
de su descastada clase social en una ciudad donde ser pobre es casi un delito.
Dirigidas por Ismael Rodríguez, estas dos películas reflejaron la situación de
los desposeídos, su drama y su lucha cotidiana. Huelga decir que el pueblo
colombiano, el raso, logró un nivel de
identificación notable. Hay que destacar que el cine de esta época está
fundamentado en el humor de unos guionistas ingeniosos y, ya se dijo, en la
música.
Antes de terminar con las huestes del cine, el blanco
y negro de su época dorada y pasar a los acordes hay que reconocer a una figura
de inusual talento y chispa infinita que alegró los corazones y denunció las injusticias.
Con ustedes, Mario Moreno Reyes “Cantinflas”. Mucho hay que decir de este señor
de humilde origen que por puro instinto de supervivencia se unió desde muy
joven al mundo del espectáculo, pero no por el pomposo y rutilante. Sin
embargo, para 1930 era ya con méritos el cómico más popular de México. Filmó
más de cincuenta películas, fundó su propia productora y se inventó una manera
de expresarse desenfadada, anacrónica, casi ilógica que si bien no lograba el
objetivo primario sí lograba confundir al interlocutor y divertir infinitamente
al espectador. La Real Academia de la Lengua aceptó a comienzos de los ochenta
el verbo “cantinflear” que significa hablar en retahíla y sin mayor sentido y
actuar de la misma manera. Paz en la tumba del cómico más grande del cine
latinoamericano.
Pasemos entonces a nombrar unas cuantas figuras de la
música que el cine del país azteca catapultó hacia el resto del mundo.
Comencemos con Dámaso Pérez Prado, el rey del mambo, el hombre con cara de
foca, el genio indiscutible. Dámaso Pérez Prado, de origen cubano, se establece
en México desde 1940, excepto durante una ausencia plagada de intrigas y medias
voces, y adquiere su nacionalidad en 1980, viviendo allí hasta el fin de sus
días. Como consumidor asiduo de todas las músicas, puedo garantizar que la
energía del mambo es capaz de emocionar hasta la más ínfima fibra a cualquier
paisano que habite en un país no latino. “Qué rico el mambo” es uno de sus
temas universalmente reconocidos, y quién no ha hecho un oso polar tratando de
bailarlo con alguna barranquillera en plena Navidad.
Un caso bien grato es el de La Sonora Matancera, la
mítica agrupación nacida en los años veinte en la ciudad de Matanzas, Cuba,
donde militó el mismo Pérez Prado con el piano de cola y donde fulguraron las
voces de Celia Cruz, Daniel Santos, Leo Marini, Bobby Capó y el colombiano
Nelson Pinedo. La Sonora, la decana de las orquestas, sonorizó y participó en
al menos once películas entre 1948 y 1961. La historia de La Sonora Matancera
en México es larga, siempre dentro de mis limitaciones propongo el tema a otros
investigadores que se especialicen en el tema. Por mi parte cabe acotar que
México recibió y difundió profusamente la música de uno de los más grandes de
los nuestros, el maestro Lucho Bermúdez. Allí llegó a grabar en 1950 con sus
gaitas y sus fandangos ya pasados por el páramo de Bogotá y se codeó con
figuras como Tito Rodríguez, Benny Moré y tantos otros de los que aprendió y
enriqueció su música.
Sin embargo, las influencias no se quedan en la
música. Cuando empecé a descubrir el mundo llegó al país uno de los programas
humorísticos más relevantes de toda la historia de la televisión en habla
hispana, El chavo del ocho. Roberto
Gómez Bolaños hizo de la cultura urbana mexicana la de América Latina. Todo se
inició con un tímido proyecto de sketchs a
partir de un par de personajes en los que se empezaban a reconocer a Rubén
Aguirre, a Rubén Valdés (hermano del célebre Tin Tan) y al mismo Gómez Bolaños
que interpretaba desde entonces un prototipo del Dr. Chapatín. Después vinieron
la avalancha de personajes creados por este señor cuyo apodo abarcaba todo su
genio, Chespirito, que como es sabido, es el apócope de Shakesperare; quien lo
apodó de esta manera sabía del potencial de Roberto Gómez. A partir de este
programa se vino una invasión de comedias de toda índole que, de una manera u
otra, influyeron de manera importante en nuestra cultura. Por una parte estaban
las comedias familiares que iban desde el disparate de La carabina de Ambrosio hasta Mi
secretaria, y de otra, estaban las infantiles entre las que estaban Chiquilladas, El show de Chavelo y el recordado Capulina. Pero si hay un programa que me haya impactado fue El tesoro del saber, serie didáctica que
con mucho humor y mucho ingenio inculcó y despertó la curiosidad por el conocimiento
en media generación de los años ochenta. El frente alienante estaba en la
telenovela y sus divas excepcionales. El novelón mexicano fue el modelo a
seguir por las producciones latinoamericanas de las cuales los venezolanos y
los colombianos se convirtieron en sus más devotos cultores.
No he querido mencionar la relevancia de las letras y
el pensamiento manito para Colombia y el resto de América Latina pues es un
tema de gran profundidad que merece un espacio mayor, si no uno diferente; pero
he querido puntualizar en el peso de la cultura mexicana en nuestra cultura
misma, he querido reconocer que la ranchera es mexicana, la cumbia colombiana y
el bolero ranchera una feliz colaboración, que el cine, la televisión y,
recientemente, el rock mexicanos son un patrimonio del que los demás hemos incorporado
a nuestras necesidades sociales o culturales. Buenísimo poder conocer México,
más aún que se pueda viajar sin visa, y más aún ahora que dadas las condiciones
tecnológicas e intelectuales nos acercamos más.
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