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"Amistad", Marijo Logghe |
Amanece. Una brisa helada, devastadora, baja desde los
páramos de la cordillera y arrasa con todo vestigio de calor sobre la sabana de
Bogotá. Las calles empiezan a poblarse de presurosos ciudadanos que terminan
una larga semana de septiembre, semanas laborales de seis días, porque en este
sistema no hay manera de descansar, de dejar de producir, de consumir, de
ocuparse. Ya habrá tiempo en vacaciones, si los hijos dejan algún momento
libre, claro. Ya habrá tiempo para soñar, para viajar, para ver el futuro
hacerse presente y, entonces, ya no habrá más tiempo. Mediados de septiembre y
los comerciantes informales han comenzado a armar sus toldos e improvisados
mostradores en medio de cualquier espacio libre, en las vías peatonales, en los
separadores y glorietas, en los resquicios de los edificios inconclusos. Como
no hay festivos en este mes, el comercio se las ha ingeniado para seguir
sacando provecho del consumidor que resulta siendo veleta a los vientos de las
necesidades del capitalismo. Para la segunda semana de este mes se celebra en este
lado del mundo el Día del Amor y la Amistad, preámbulo del inicio del fin de
año, así de simple. Antes y después del dichoso día se viene anunciando la
fiesta del Halloween (que aquí le llaman la Fiesta de los Niños cuando el Día
del Niño, declarado por la Unicef, es en abril) y con eso queda sentenciado el
fin de año. En este punto la Navidad a la vuelta de la esquina está.