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"Fundación de Bogotá", Pedro Quijano. |
No tengo certeza de cómo se
vivieron los días de entre siglos anteriores al mío, pero puedo asegurar que a
la impresión que me dejan estas jornadas, no les puede corresponder un adjetivo
menor a vertiginosas. Antes de poder
reaccionar habían pasado los primeros diez años de la nueva centuria y en un
respiro se volaron la línea otras dos vueltas al sol. Los más de los días
ocurren los más sorprendentes acontecimientos, fenómenos naturales,
revoluciones, dictaduras, avances tecnológicos, corruptelas imperiales,
invasiones bárbaras y tragedias cotidianas como el homicidio de un niño de seis
años a manos de su madre alcoholizada, marginada y enloquecida por su propia
miseria. Muy pronto se cumplieron los centésimos aniversarios de varios
inventos y marcas que rigen la vida normal del ciudadano corriente, y a lo
largo de ese turbulento siglo se re organizó el mundo y la vida se transformó,
gracias a la tecnología y los medios masivos de comunicación, dos de las
primeras plagas que han de asolar la humanidad hasta que esta recupere su
consciencia y su deber consigo misma. En realidad, siento el cambio de siglo
cuando pienso en las teorías apocalípticas que invaden a la humanidad, en las
dos ocasiones que la civilización ha pasado de las centenas a los milenios, en
el fin de las artes, todas recicladas y reinventadas a partir del agotamiento
mismo de los temas que perfilaron los griegos en la génesis de los conceptos de
arte, cultura y conocimiento; en la constante inversión de valores en donde,
por ejemplo, matarse de hambre y exponerse constantemente a infecciones y
mutilaciones es usual para expresar no sé qué inconformidad con los entornos,
llámense estos sociales, económicos o “culturales”. De convivencia, me
atrevería a diagnosticar.