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"Las cigarreras", Gonzalo Bilbao |
A lo largo de los 365 días del año el consumidor
promedio vive una suerte de acoso, de hostigamiento permanente por parte del
sistema capitalista que se ha ingeniado una serie de fechas especiales para
obligarlo a gastar, a adquirir cosas que, probablemente, jamás ha necesitado, y
si es por televentas, probablemente, jamás use. En el principio estaba la
Navidad, la más importante de las festividades litúrgicas; antaño el padre
cabeza de familia se deslomaba todo el año, sacrificaba las vacaciones de mitad
de año, sus prestaciones y su prima de fin de año para darle un detallito
chusco a cada uno de sus seres queridos, que incluían a los suegros, la tía
política, los primos taraditos y el mejor amigo del primogénito. Con el tiempo
y el crecimiento de la población, la modernización y el auge del sistema oferta
demanda, las fechas se ampliaron, se abrió todo un espectro de posibilidades
para agasajar, conmemorar y regalar al prójimo casi en cualquier día del
calendario. Vino, por ejemplo, el día de la madre. Enmarcado en mayo, mes de la
Virgen María, otro de los tantos sincretismos que operan en la religión
católica, esta época del año era dedicada en la Antigua Grecia a Artemisa, la
hermana gemela de Apolo y deidad de los animales salvajes, el territorio virgen
y la virginidad misma. Sincretismo o catolización de costumbres paganas, mayo
terminó siendo el mes de María y, por extensión, de todas las madres. Les
corresponde el turno a hijos de todas las clases y pelambres de sacarse un ojo
pensando y reuniendo el dinero para el regalo de la progenitora que, en la
mayoría de los casos, resulta siendo un costosísimo presente para que la
homenajeada siga en sus funciones de doméstica con equipos de última
tecnología.
Y así, durante los doce meses, están el día del padre
en julio, a pesar de que el día de San José es en marzo y le endosan el día de
la familia, el día del periodista, el del idioma en el que los alumnos se
apiadan del profesor de español y le regalan alguna pendejada como un esfero Parker
de línea B, el día de la buena voluntad, del orgullo gay, del soldado
desconocido y el del policía de la esquina. Sin embargo, uno de los días que
mayor curiosidad despierta en este autor es el día de la mujer. Con una fuerte
carga política el día fue institucionalizado en 1910 como una manifestación que
buscaba reivindicar el derecho al sufragio para las mujeres en todo el mundo,
al menos occidental. Ocurrió entonces el desastre laboral en Nueva York donde
murieron más de un centenar de trabajadoras inmigrantes en su mayoría y se
convirtió en símbolo de la lucha por los derechos y la igualdad femenina. Pero
en Colombia es un día para salir a farrear con la amigas, regalarles flores y
aventarle el último lance a la mujer que el tipo tenga entre ceja y ceja. Y, la
verdad, es la fiesta más pálida frente a la labor de la mujer en esta sociedad,
en este y en todos los momentos históricos.
A lo largo de la vida humana sobre este pedazo de roca
alrededor del sol, la mujer ha tenido un papel importantísimo en el desarrollo
de los hechos, en el sostenimiento del hogar y en la carrera de los hombres en
general. En pleno apogeo de la civilización romana, los senadores, con todo y
el poder que detentaban, consultaban serios asuntos estatales con sus esposas
quienes terminaban manejando el imperio desde sus divanes mientras
administraban hogares de las mismas dimensiones de la Roma Antigua. Aristófanes
en su obra Listrata habla de una de
las primeras huelgas de piernas cerradas para forzar el fin de la guerra; ya
hemos visto que en la actualidad tales huelgas se usan no sólo para frenar
conflictos armados sino también para acelerar obras públicas como ocurrió hace
unos meses en un apartado pueblo de la costa pacífica colombiana. Aunque las
mujeres no siempre han sido el poder detrás del trono; al frente de la corona
las ha habido de todos los tipos, desde Lady Battory y su reinado de terror,
pues cuenta la leyenda que se sumergía en sangre de jóvenes vírgenes para
conservar su belleza, hasta Juana de Arco, que liberó a Francia y fue víctima
de los más sanguinarios victimarios que han existido: la Iglesia Católica. El
mayor esplendor del Imperio Ruso lo dirigió Catalina II, conocida como “la Grande”,
desde una tina, apasionadamente enredada con Grigori Potemkin, amén de circular
rumores de sus devaneos con el prócer venezolano Francisco de Miranda, esto
último puro chisme de corredor de universidad.
Pero la mayor de las heroínas a lo largo de la
historia humana es la esposa común y silvestre. Si hace unos años las mujeres
estaban confinadas a las tareas domésticas, criando una recua de niños
concebidos apenas con la diferencia necesaria y soportando estoicamente las
actitudes libertinas y machistas de su marido, desde el último cuarto del siglo
pasado para acá las cosas han empeorado. Con la revolución femenina y la
reivindicación de sus derechos, la mujer tiene ahora la oportunidad de estudiar
y hacer una carrera, eso sí sin poder renunciar a lo primero; doctora,
licenciada, matemática, bióloga, ingeniera, literata, la mujer debe seguir
siendo en comienzo ama de casa. Todos los días debe levantarse con las aves y
enfrentarse a uno de los retos más intimidantes de la cotidianidad: ¿qué hacer
de almuerzo hoy? Para las esposas jóvenes o recién casadas es más preocupante
aún, los hijos pequeños son un trabajo tan exigente como el de cualquier
experto en explosivos o un picapiedra profesional; una madre primeriza le
preguntó a su abuela cuándo cesarían las molestias del embarazo y ésta, sin
inmutarse, le contestó que primero llegaba la menopausia y las molestias
todavía continuarían. El otra día llegó mi jefe con cara de trasnocho, ojerosa
y un tanto desliñada a pesar de su otoñal belleza, al preguntarle un tanto
preocupado me contestó que sus dos hijos menores la habían desvelado. ¿Pero no
tienen como veinte y veintidós cada uno? Sí, el primero llegó a las dos de la mañana y el
menor a las cinco, sin plata para el taxi.
Y lo más admirable desde muchos puntos de vista es cómo
las mujeres sacan adelante una familia, una sociedad, un país en el que los
hombres trabajan a brazo partido, en las más difíciles condiciones, haciendo
titánicos esfuerzos para darse todos los gustos posibles, pero cumplir,
escatimando cada gasto, con el hogar. De hecho, conozco casos en los que el macho
en cuestión ni siquiera se costea sus propios estudios; entonces la señora de
la casa redobla esfuerzos, se endeuda, trabaja como esclava dentro y fuera del hogar
para que el señor vaya y realice su sueño de ser profesional y comience una
carrera. Claudia, una amiga mía diseñadora de interiores, carga una historia de
esas bien interesantes: Rosita, su madre, no sólo le costeó la carrera a su
esposo, no sólo crió cuatro hijos con todos los problemas que acarrea este
reto, no sólo le dedicó sus mejores años con lealtad a toda prueba; dio el
señor papá de Claudia en tener un sórdido y crónico romance con su secretaria
del que nació una hermosa niña; la amante se esforzaba en amargarle la vida a
Rosita, le deseaba un cáncer deformante, le insultaba por teléfono, le hizo
sortilegios y entierros en el jardín de la casa. Al final, la secretaria
desarrolló el cáncer que tanto le anunció a la esposa de su amante, esa misma
que tuvo que hacerse cargo de la niña que quedó huérfana y fue entonces la
quinta hija del matrimonio. Actualmente es una universitaria destacada y su
madre es Rosita. Y esto es apenas la punta del tempano.
El corazón de las mujeres es un músculo sano, es un
órgano que alberga los más hermosos sentimientos que es capaz de desarrollar el
ser humano, su generosidad no conoce límites, en su desprendimiento es capaz de entregar la
vida misma. El hombre promedio, sobre todo el latino, es egoísta, despreocupado
de las cosas del hogar, colaborador en la medida de la obligación. No somos los
mejores, pero todos tenemos una oportunidad en este reino. Educar es el primer
paso, dejar de seguir criando monstruitos machistas en cada casa, reconocer la
verdadera valía de nuestras mujeres y poner ese diminuto e insignificante grano
de arena que es colaborar con el hogar, así sea con la propia ropa interior. No
tengo mucho tiempo ni experiencia en un hogar cimentado, pero a lo largo de 395
días he tenido la oportunidad de aprender a ser un hombre mejor y de apreciar
la monumentalidad de nuestras mujeres. Santa María de los Buenos Aires, si todo
estuviera mejor...
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