Paisaje urbano con espátula |
Lo mejor es empezar por el principio: el sueño de toda
mi vida ha sido contar con unos amigos que tengan la férrea voluntad de hacer
música. Para ser honesto, una básica pero talentosa y descollante banda de rock
and roll. Pero tal anhelo es algo exagerado teniendo en cuenta que mis amigos
músicos tomaron, hace rato ya, sus caminos y no les va nada mal; cuento entre
mis compañeros de lides universitarias con uno que pasa por estrella local del
sampleo y el hardcore digital valiéndose de su poderoso mugido gutural. Otro
hizo una fulgurante carrera de fusionista latino en su breve paso por París. Y,
el más entrañable, es un exitoso músico científico en Berlín. Entre otras cosas
este último fue productor y músico en mi primer proyecto
lúdico-poético-musical: Consejo de anciano,
producido en 14 delirantes jornadas que competían con mi diario profesional,
por allá en los estertores del siglo XX y los albores del XXI. Como dato
curioso en esa época mi labor consistía en trascribir textos de literatura
clásica para convertirlos en un guión a ser leído por un locutor profesional y
destinados a ser escuchados por personas con poquísimas aptitudes de lector en
un dispositivo fonográfico, valga el arcaísmo.