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"Las cigarreras", Gonzalo Bilbao |
A lo largo de los 365 días del año el consumidor
promedio vive una suerte de acoso, de hostigamiento permanente por parte del
sistema capitalista que se ha ingeniado una serie de fechas especiales para
obligarlo a gastar, a adquirir cosas que, probablemente, jamás ha necesitado, y
si es por televentas, probablemente, jamás use. En el principio estaba la
Navidad, la más importante de las festividades litúrgicas; antaño el padre
cabeza de familia se deslomaba todo el año, sacrificaba las vacaciones de mitad
de año, sus prestaciones y su prima de fin de año para darle un detallito
chusco a cada uno de sus seres queridos, que incluían a los suegros, la tía
política, los primos taraditos y el mejor amigo del primogénito. Con el tiempo
y el crecimiento de la población, la modernización y el auge del sistema oferta
demanda, las fechas se ampliaron, se abrió todo un espectro de posibilidades
para agasajar, conmemorar y regalar al prójimo casi en cualquier día del
calendario. Vino, por ejemplo, el día de la madre. Enmarcado en mayo, mes de la
Virgen María, otro de los tantos sincretismos que operan en la religión
católica, esta época del año era dedicada en la Antigua Grecia a Artemisa, la
hermana gemela de Apolo y deidad de los animales salvajes, el territorio virgen
y la virginidad misma. Sincretismo o catolización de costumbres paganas, mayo
terminó siendo el mes de María y, por extensión, de todas las madres. Les
corresponde el turno a hijos de todas las clases y pelambres de sacarse un ojo
pensando y reuniendo el dinero para el regalo de la progenitora que, en la
mayoría de los casos, resulta siendo un costosísimo presente para que la
homenajeada siga en sus funciones de doméstica con equipos de última
tecnología.